miércoles, 3 de abril de 2013

Capítulo II.- ¿QUÉ ES EVANGELIZAR?


Capítulo II 
¿QUÉ ES EVANGELIZAR? 

340. Nuestro Pueblo clama por la salvación y comunión que el Padre le ha preparado y, en
medio de su lucha por vivir y encontrar el sentido profundo de la vida, espera de nosotros el
anuncio de la Buena Noticia.

341. ¿Qué es, pues, evangelizar? ¿Quién espera nuestro anuncio? ¿Cuál es la
transformación de personas y culturas que la semilla del Evangelio ha de hacer germinar?
¿Qué nos enseña la Iglesia sobre la auténtica liberación cristiana? ¿Cómo evangelizar la
cultura y la religiosidad de nuestro pueblo? ¿Qué dice el Evangelio al hombre que anhela su
promoción y quiere vivir su compromiso político-social?

Proponemos nuestra reflexión acerca de estos interrogantes.

CONTENIDO: 
1. Evangelización: dimensión universal y criterios.
2. Evangelización y cultura.
3. Evangelización y religiosidad popular.
4. Evangelización, liberación y promoción humana.
5. Evangelización, ideologías y política.

1. Evangelización: dimensión universal y criterios 

1.1. Situación 

342. Desde hace cinco siglos estamos evangelizando en América Latina. Hoy vivimos un
momento grande y difícil de Evangelización. Es verdad que la fe de nuestros pueblos se
expresa con evidencia, pero comprobamos que no siempre ha llegado a su madurez y que
está amenazada por la presión secularista, por las sacudidas que traen consigo los cambios
culturales, por las ambigüedades teológicas que existen en nuestro medio y por el influjo de
sectas proselitistas y sincretismos foráneos.

Nuestra Evangelización está marcada por algunas preocupaciones particulares y acentos
más fuertes:

343. -la redención integral de las culturas, antiguas y nuevas de nuestro continente,
teniendo en cuenta la religiosidad de nuestros pueblos (101);

344. -la promoción de la dignidad del hombre y la liberación de todas las servidumbres e
idolatrías (102);

345. -la necesidad de hacer penetrar el vigor del Evangelio hasta los centros de decisión,
«las fuentes inspiradoras y los modelos de la vida social y política» (EN 19).

346. Nuestros evangelizadores padecen en algunos casos cierta confusión y desorientación
acerca de su identidad, del significado mismo de la Evangelización, de su contenido y de
sus motivaciones profundas.

347. Para responder a esta situación y dar un nuevo impulso a la Evangelización, queremos
decir una palabra clara y esperanzadora que aliente a evangelizar con gozo y audacia a
nuestros pueblos, en quienes percibimos un anhelo profundo por recibir el Evangelio. Con
este fin, recordamos el sentido de la Evangelización, su dimensión y destino universal,
como también los criterios y signos que manifiestan su autenticidad.

1.2. El misterio de la Evangelización 

348. La misión evangelizadora es de todo el Pueblo de Dios. Es su vocación primordial,
«su identidad más profunda» (EN 14). Es su gozo. El Pueblo de Dios con todos sus
miembros, instituciones y planes, existe para evangelizar. El dinamismo del Espíritu de
Pentecostés lo anima y lo envía a todas las gentes. Nuestras Iglesias particulares han de
escuchar con renovado entusiasmo el mandato del Señor: «Id, pues, y haced discípulos a
todas las gentes» (Mt 28,19).

349. La Iglesia se convierte cada día a la Palabra de verdad; sigue a Cristo encarnado,
muerto y resucitado, por los caminos de la historia y se hace servidora del Evangelio para
transmitirlo a los hombres con plena fidelidad.

350. A partir de la persona llamada a la comunión con Dios y con los hombres, el
Evangelio debe penetrar en su corazón, en sus experiencias y modelos de vida, en su
cultura y ambientes, para hacer una nueva humanidad con hombres nuevos y encaminar a
todos hacia una nueva manera de ser, de juzgar, de vivir y convivir. Todo esto es un
servicio que nos urge.

351. Afirmamos que la Evangelización «debe contener siempre una clara proclamación de
que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a
todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios» (EN 27). He aquí lo
que es base, centro y a la vez culmen de su dinamismo, el contenido esencial de la
Evangelización.

352. La Evangelización da a conocer a Jesús como el Señor, que nos revela al Padre y nos
comunica su Espíritu. Nos llama a la conversión que es reconciliación y vida nueva, nos
lleva a la comunión con el Padre que nos hace hijos y hermanos. Hace brotar, por la caridad
derramada en nuestros corazones, frutos de justicia, de perdón, de respeto, de dignidad, de
paz en el mundo.

353. La salvación que nos ofrece Cristo da sentido a todas las aspiraciones y realizaciones
humanas, pero las cuestiona y las desborda infinitamente. Aunque «comienza ciertamente
en esta vida, tiene su cumplimiento en la eternidad» (EN 27). Se origina en Cristo, en su
encarnación, en toda su vida, «se logra de manera definitiva en su muerte y resurrección».
Se continúa en la historia de los hombres (103) por el misterio de la Iglesia bajo la
influencia permanente del Espíritu que la precede, la acompaña, le da fecundidad
apostólica.

354. Esta misma salvación, centro de la Buena Nueva, «es liberación de lo que oprime al
hombre, pero, sobre todo, liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de
conocer a Dios y de ser conocido por Él, de verlo y de entregarse a Él» (EN 9).

355. Sin embargo, tiene «lazos muy fuertes» con la promoción humana en sus aspectos de
desarrollo y liberación (104), parte integrante de la evangelización. Estos aspectos brotan
de la riqueza misma de la salvación, de la activación de la caridad de Dios en nosotros a la
que quedan subordinados. La Iglesia «no necesita, pues, recurrir a sistemas e ideologías
para amar, defender, colaborar en la liberación del hombre: en el centro del mensaje del
cual es depositaria y pregonera, ella encuentra inspiración para actuar en favor de la
fraternidad, de la justicia, de la paz; contra las dominaciones, esclavitudes,
discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hombre y
cuanto atenta contra la vida» (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 2).

La Iglesia, mediante su dinamismo evangelizador, genera este proceso:

356. -Da testimonio de Dios, revelado en Cristo por el Espíritu que clama en nosotros Abba
«Padre» (105). Así comunica la experiencia de su fe en Él.

357. -Anuncia la Buena Nueva de Jesucristo mediante la palabra de vida: anuncio que
suscita la fe, la predicación y la catequesis progresiva que la alimenta y la educa.

358. -Engendra la fe que es conversión del corazón, de la vida; entrega a Jesucristo;
participación en su muerte para que su vida se manifieste en cada hombre (106). Esta fe que
también denuncia lo que se opone a la construcción del Reino, implica rupturas necesarias
y a veces dolorosas. 359. -Conduce al ingreso en la comunidad de los fieles que perseveran en la oración, en la
convivencia fraterna y celebran la fe y los sacramentos de la fe, cuya cumbre es la
Eucaristía (107).

360. -Envía como misioneros a los que recibieron el Evangelio, con el ansia de que todos
los hombres sean ofrecidos a Dios y que todos los pueblos le alaben (108).

361. Así la Iglesia, en cada uno de sus miembros es consagrada en Cristo por el Espíritu,
enviada a predicar la Buena Nueva a los pobres (109) y a «buscar y salvar lo que estaba
perdido» (Lc 19,10).

1.3. Dimensión y destino universal de la Evangelización 

362. La Evangelización ha de calar hondo en el corazón del hombre y de los pueblos; por
eso, su dinámica busca la conversión personal y la transformación social. La
Evangelización ha de extenderse a todas las gentes; por eso, su dinámica busca la
universalidad del género humano. Ambos aspectos son de actualidad para evangelizar hoy
y mañana en América Latina.

363. El fundamento de esta universalidad es, ante todo, el mandato del Señor: «Id, pues, y
haced discípulos de todas las gentes» (Mt 28,19) y la unidad de la familia humana, creada
por el mismo Dios que la salva y la marca con su gracia. Cristo, muerto por todos, los atrae
a todos por su glorificación en el Espíritu. Cuanto más convertidos a Cristo, tanto más
somos arrastrados por su anhelo universal de salvación. Asimismo, cuanto más vital sea la
Iglesia particular, tanto más hará presente y visible a la Iglesia universal y más fuerte será
su movimiento misionero hacia los otros pueblos.

364. Nuestro primer servicio, para formar una comunidad eclesial más viva, consiste en
hacer a nuestros cristianos más fieles, maduros en su fe, alimentándolos con una catequesis
adecuada y una liturgia renovada. Ellos serán fermento en el mundo y darán a la
Evangelización vigor y extensión.
Otra tarea consiste en atender a situaciones más necesitadas de evangelización:

365. -Situaciones permanentes: nuestros indígenas habitualmente marginados de los bienes
de la sociedad y en algunos casos o no evangelizados o evangelizados en forma
insuficiente; los afroamericanos, tantas veces olvidados.

366. -Situaciones nuevas (AG 6) que nacen de cambios socio-culturales y requieren una
nueva Evangelización: emigrantes a otros países; grandes aglomeraciones urbanas en el
propio país; masas de todo estrato social en precaria situación de fe; grupos expuestos al
influjo de las sectas y de las ideologías que no respetan su identidad, confunden y provocan
divisiones.

367. -Situaciones particularmente difíciles: grupos cuya evangelización es urgente, pero
queda muchas veces postergada: universitarios, militares, obreros, jóvenes, mundo de la
comunicación social, etc.

368. Finalmente, ha llegado para América Latina la hora de intensificar los servicios
mutuos entre Iglesias particulares y de proyectarse más allá de sus propias fronteras «ad
gentes». Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde
nuestra pobreza. Por otra parte, nuestras Iglesias pueden ofrecer algo original e importante;
su sentido de la salvación y de la liberación, la riqueza de su religiosidad popular, la
experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base, la floración de sus ministerios, su
esperanza y la alegría de su fe. Hemos realizado ya esfuerzos misioneros que pueden
profundizarse y deben extenderse.

369. No podemos dejar de agradecer la generosa ayuda de la Iglesia universal y en ella de
las Iglesias hermanas, pidiendo que nos sigan acompañando, especialmente en la formación
de agentes autóctonos. Así nos veremos siempre fortalecidos para asumir este compromiso
universal y tendremos mayor capacidad de responder al servicio propio de nuestra Iglesia
particular.

1.4. Criterios y signos de Evangelización 

370. El evangelizador participa de la fe y de la misión de la Iglesia que le envía. Necesita
criterios y signos que permitan discernir lo que efectivamente corresponde a la fe y misión
de la Iglesia, es decir, a la voluntad de su Señor. «Mire cada cual cómo construye, pues
nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo» (1Cor 3,10-11). «Vivid, pues,
en Cristo, tal como le habéis recibido; enraizados y edificados en Él, apoyados en la fe, tal
como se os enseñó, rebosando en acción de gracias» (Col 2,6-7) (110).

371. Estos criterios y signos son inspiradores de una evangelización auténtica y viva. Las
distorsiones y perplejidades frenan o paralizan su dinamismo.
Presentamos los siguientes criterios fundamentales:

372. -La Palabra de Dios contenida en la Biblia y en la Tradición viva de la Iglesia,
particularmente expresada en los Símbolos o Profesiones de la fe y dogmas de la Iglesia. La
Escritura debe ser el alma de la evangelización. Pero no adquiere por sí sola su plena
claridad. Debe ser leída e interpretada dentro de la fe viva de la Iglesia. Nuestros Símbolos
o Profesiones de fe resumen la Escritura y explicitan la sustancia del Mensaje, poniendo de
relieve la «jerarquía de verdades» (111).

373. -La fe del Pueblo de Dios. Es la fe de la Iglesia universal que se vive y expresa
concretamente en sus comunidades particulares. Una comunidad particular concretiza en sí
misma la fe de la Iglesia universal y deja así de ser comunidad privada y aislada; supera su
propia particularidad en la fe de la Iglesia total.

374. -El Magisterio de la Iglesia. El sentido de la Escritura, de los Símbolos y de las
formulaciones dogmáticas del pasado no brota sólo del texto mismo, sino de la fe de la
Iglesia. En el seno de la comunidad encontramos la instancia de decisión y de
interpretación auténtica y fiel de la doctrina de la fe y de la ley moral; es el servicio del
sucesor de Pedro que confirma a sus hermanos en la fe y de los Obispos «sucesores de los
Apóstoles en el carisma de la verdad» (DV 8).

375. -Los teólogos ofrecen un servicio importante a la Iglesia: sistematizan la doctrina y las
orientaciones del Magisterio en una síntesis de más amplio contexto, vertiéndola en un
lenguaje adaptado al tiempo; someten a una nueva investigación los hechos y las palabras
reveladas por Dios, para referirlas a nuevas situaciones socio-culturales (112) o nuevos
hallazgos y problemas suscitados por las ciencias, la historia o la filosofía (113). En su
servicio, cuidarán de no ocasionar detrimento a la fe de los creyentes, ya sea con
explicaciones difíciles, ya sea lanzando al público cuestiones discutidas y discutibles.

376. La labor teológica implica cierta pluralidad resultante del uso de «métodos y modos
diferentes para conocer y expresar los divinos misterios» (114). Hay, pues, un pluralismo
bueno y necesario que busca expresar las legítimas diversidades, sin afectar la cohesión y la
concordia. También existen pluralismos que fomentan la división.

377. -Todos participamos de la misión profética de la Iglesia. Sabemos que el Espíritu nos
distribuye sus dones y carismas para bien de todo el Cuerpo. Debemos recibirlos con
gratitud. Pero su discernimiento, es decir, el juicio de su autenticidad y la regulación de su
ejercicio, corresponde a la autoridad en la Iglesia, a la cual compete, ante todo, no sofocar
al Espíritu, sino probarlo todo y retener lo bueno (115).

-Algunas actitudes nos revelan la autenticidad de la Evangelización:

378. -Una vida de profunda comunión eclesial (116).

379. -La fidelidad a los signos de la presencia y de la acción del Espíritu en los pueblos y
en las culturas que sean expresión de las legítimas aspiraciones de los hombres. Esto
supone respeto, diálogo misionero, discernimiento, actitud caritativa y operante.

380. -La preocupación por que la Palabra de verdad llegue al corazón de los hombres y se
vuelva vida.

381. -El aporte positivo a la edificación de la comunidad.

382. -El amor preferencial y la solicitud por los pobres y necesitados (117).

383. -La santidad del evangelizador (EN 76), cuyas notas características son el sentido de la
misericordia, la firmeza y la paciencia en las tribulaciones y persecuciones, la alegría de
saberse ministro del Evangelio (EN 80).

384. En conclusión, lo que se pide al servidor del Evangelio es que sea encontrado fiel
(118). Su fidelidad crea comunión: «de ella emana una gran fuerza apostólica» (PC 15) que
enriquecerá con abundantes frutos del Espíritu a la Iglesia (119).

2. Evangelización de la cultura 

2.1. Cultura y culturas 

385. Nuevo y valioso aporte pastoral de la Exhortación Evangelii nuntiandi es el llamado
de Pablo VI a enfrentar la tarea de la evangelización de la cultura y de las culturas (EN 20).

386. Con la palabra «cultura» se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres
cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios (GS 53b) de modo que
puedan llegar a «un nivel verdadera y plenamente humano» (GS 53a). Es «el estilo de vida
común» (GS 53c) que caracteriza a los diversos pueblos; por ello se habla de «pluralidad de
culturas» (GS 53c) (120).

387. La cultura así entendida, abarca la totalidad de la vida de un pueblo: el conjunto de
valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que al ser participados en común
por sus miembros, los reúne en base a una misma «conciencia colectiva» (EN 18). La
cultura comprende, asimismo, las formas a través de las cuales aquellos valores o
desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y
estructuras de convivencia social, cuando no son impedidas o reprimidas por la
intervención de otras culturas dominantes.

388. En el cuadro de esta totalidad, la evangelización busca alcanzar la raíz de la cultura, la
zona de sus valores fundamentales, suscitando una conversión que pueda ser base y
garantía de la transformación de las estructuras y del ambiente social (121).

389. Lo esencial de la cultura está constituido por la actitud con que un pueblo afirma o
niega una vinculación religiosa con Dios, por los valores o desvalores religiosos. Éstos
tienen que ver con el sentido último de la existencia y radican en aquella zona más
profunda, donde el hombre encuentra respuestas a las preguntas básicas y definitivas que lo
acosan, sea que se las proporcionen con una orientación positivamente religiosa o, por el
contrario, atea. De aquí que la religión o la irreligión sean inspiradoras de todos los
restantes órdenes de la cultura -familiar, económico, político, artístico, etc.- en cuanto los
libera hacia lo trascendente o los encierra en su propio sentido inmanente.

390. La evangelización, que tiene en cuenta a todo el hombre, busca alcanzarlo en su
totalidad, a partir de su dimensión religiosa.

391. La cultura es una actividad creadora del hombre, con la que responde a la vocación de
Dios, que le pide perfeccionar toda la creación (Gén) y en ella sus propias capacidades y
cualidades espirituales y corporales (122).

392. La cultura se va formando y se transforma en base a la continua experiencia histórica y
vital de los pueblos; se transmite a través del proceso de tradición generacional. El hombre,
pues, nace y se desarrolla en el seno de una determinada sociedad, condicionado y
enriquecido por una cultura particular; la recibe, la modifica creativamente y la sigue
transmitiendo. La cultura es una realidad histórica y social (123).

393. Siempre sometidas a nuevos desarrollos, al recíproco encuentro e interpretación, las
culturas pasan, en su proceso histórico, por períodos en que se ven desafiadas por nuevos
valores o desvalores, por la necesidad de realización de nuevas síntesis vitales. La Iglesia se
siente llamada a estar presente con el Evangelio, particularmente en los períodos en que
decaen y mueren viejas formas según las cuales el hombre ha organizado sus valores y su
convivencia, para dar lugar a nuevas síntesis (124). Es mejor evangelizar las nuevas formas culturales en su mismo nacimiento y no cuando ya están crecidas y estabilizadas. Éste es el
actual desafío global que enfrenta la Iglesia, ya que «se puede hablar con razón de una
nueva época de la historia humana» (GS 54). Por esto, la Iglesia latinoamericana busca dar
un nuevo impulso a la evangelización de nuestro Continente.

2.2. Opción pastoral de la Iglesia latinoamericana: la evangelización de la propia cultura, en 
el presente y hacia el futuro 

Finalidad de la Evangelización 

394. Cristo envió a su Iglesia a anunciar el Evangelio a todos los hombres, a todos los
pueblos (125). Puesto que cada hombre nace en el seno de una cultura, la Iglesia busca
alcanzar, con su acción evangelizadora, no solamente al individuo, sino a la cultura del
pueblo (126). Trata de «alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio, los criterios de
juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las
fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la
Palabra de Dios y con el designio de salvación. Podríamos expresar todo esto diciendo: lo
que importa es evangelizar, no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino
de manera vital en profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del
hombre» (EN 19-20).

Opción pastoral 

395. La acción evangelizadora de nuestra Iglesia latinoamericana ha de tener como meta
general la constante renovación y transformación evangélica de nuestra cultura. Es decir, la
penetración por el Evangelio de los valores y criterios que la inspiran, la conversión de los
hombres que viven según esos valores y el cambio que, para ser más plenamente humanas,
requieren las estructuras en que aquéllos viven y se expresan.

396. Para ello, es de primera importancia atender a la religión de nuestros pueblos, no sólo
asumiéndola como objeto de evangelización, sino también, por estar ya evangelizada, como
fuerza activamente evangelizadora.

2.3. Iglesia, fe y cultura 
Amor a los pueblos y conocimiento de su cultura 

397. Para desarrollar su acción evangelizadora con realismo, la Iglesia ha de conocer la
cultura de América Latina. Pero parte, ante todo, de una profunda actitud de amor a los
pueblos. De esta suerte, no sólo por vía científica, sino también por la connatural capacidad
de comprensión afectiva que da el amor, podrá conocer y discernir las modalidades propias
de nuestra cultura, sus crisis y desafíos históricos y solidarizarse, en consecuencia, con ella
en el seno de su historia (127).

398. Un criterio importante que ha de guiar a la Iglesia en su esfuerzo de conocimiento es el
siguiente: hay que atender hacia dónde se dirige el movimiento general de la cultura más
que a sus enclaves detenidos en el pasado; a las expresiones actualmente vigentes más que
a las meramente folklóricas.

399. La tarea de la evangelización de la cultura en nuestro continente debe ser enfocada
sobre el telón de fondo de una arraigada tradición cultural, desafiada por el proceso de
cambio cultural que América Latina y el mundo entero vienen viviendo en los tiempos
modernos y que actualmente llega a su punto de crisis.

Encuentro de la fe con las culturas 

400. La Iglesia, Pueblo de Dios, cuando anuncia el Evangelio y los pueblos acogen la fe, se
encarna en ellos y asume sus culturas. Instaura así, no una identificación, sino una estrecha
vinculación con ella. Por una parte, en efecto, la fe transmitida por la Iglesia es vivida a
partir de una cultura presupuesta, esto es, por creyentes «vinculados profundamente a una
cultura y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de las
culturas humanas» (128). Por otra parte permanece válido, en el orden pastoral, el principio
de encarnación formulado por San Ireneo: «Lo que no es asumido no es redimido».

El principio general de encarnación se concreta en diversos criterios particulares: 

401. Las culturas no son terreno vacío, carente de auténticos valores. La evangelización de
la Iglesia no es un proceso de destrucción, sino de consolidación y fortalecimiento de
dichos valores; una contribución al crecimiento de los «gérmenes del Verbo» presentes en
las culturas (129).

402. Con mayor interés asume la Iglesia los valores específicamente cristianos que
encuentra en los pueblos ya evangelizados y que son vividos por éstos según su propia
modalidad cultural.

403. La Iglesia parte en su evangelización de aquellas semillas esparcidas por Cristo y de
estos valores, frutos de su propia evangelización.

404. Todo esto implica que la Iglesia -obviamente la Iglesia particular- se esmere en
adaptarse, realizando el esfuerzo de un trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje
antropológico y a los símbolos de la cultura en la que se inserta (130).

405. La Iglesia, al proponer la Buena Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en
las culturas; purifica y exorciza los desvalores. Establece, por consiguiente, una crítica de
las culturas. Ya que el reverso del anuncio del Reino de Dios es la crítica de las idolatrías,
esto es, de los valores erigidos en ídolos o de aquellos valores que, sin serlo, una cultura
asume como absolutos. La Iglesia tiene la misión de dar testimonio del «verdadero Dios y
del único Señor».

406. Por lo cual, no puede verse como un atropello la evangelización que invita a
abandonar falsas concepciones de Dios, conductas antinaturales y aberrantes
manipulaciones del hombre por el hombre (131).

407. La tarea específica de la evangelización consiste en «anunciar a Cristo» (132) e invitar
a las culturas no a quedar bajo un marco eclesiástico, sino a acoger por la fe el señorío
espiritual de Cristo, fuera de cuya verdad y gracia no podrán encontrar su plenitud. De este modo, por la evangelización, la Iglesia busca que las culturas sean renovadas, elevadas y
perfeccionadas por la presencia activa del Resucitado, centro de la historia, y de su Espíritu
(EN 18, 20, 23; GS 58d, 61a).

2.4. Evangelización de la cultura en América Latina 

Hemos indicado los criterios fundamentales que orientan la acción evangelizadora de las 
culturas. 

408. Nuestra Iglesia, por su parte, realiza dicha acción en esta particular área humana de
América Latina. Su proceso histórico cultural ha sido ya descrito.
Retomamos ahora brevemente los principales datos establecidos en la primera parte de este
Documento, para poder discernir los desafíos y problemas que el momento presente plantea
a la evangelización.

Tipos de cultura y etapas del proceso cultural 

409. América Latina tiene su origen en el encuentro de la raza hispanolusitana con las
culturas precolombinas y las africanas. El mestizaje racial y cultural ha marcado
fundamentalmente este proceso y su dinámica indica que lo seguirá marcando en el futuro.

410. Este hecho no puede hacernos desconocer la persistencia de diversas culturas
indígenas o afroamericanas en estado puro y la existencia de grupos con diversos grados de
integración nacional.

411. Posteriormente, durante los últimos siglos, afluyen nuevas corrientes inmigratorias,
sobre todo en el Cono Sur, las cuales aportan modalidades propias, integrándose
básicamente al sedimento cultural preyacente.

412. En la primera época del siglo XVI al XVIII, se echan las bases de la cultura
latinoamericana y de su real sustrato católico. Su evangelización fue suficientemente
profunda para que la fe pasara a ser constitutiva de su ser y de su identidad, otorgándole la
unidad espiritual que subsiste pese a la ulterior división en diversas naciones, y a verse
afectada por desgarramientos en el nivel económico, político y social.

413. Esta cultura, impregnada de fe y con frecuencia sin una conveniente catequesis, se
manifiesta en las actitudes propias de la religión de nuestro pueblo, penetradas de un hondo
sentido de la trascendencia y, a la vez, de la cercanía de Dios. Se traduce en una sabiduría
popular con rasgos contemplativos, que orienta el modo peculiar como nuestros hombres
viven su relación con la naturaleza y con los demás hombres; en un sentido del trabajo y de
la fiesta, de la solidaridad, de la amistad y el parentesco. También en el sentimiento de su
propia dignidad, que no ven disminuida por su vida pobre y sencilla.

414. Es una cultura que, conservada en un modo más vivo y articulador de toda la
existencia en los sectores pobres, está sellada particularmente por el corazón y su intuición.
Se expresa no tanto en las categorías y organización mental características de las ciencias, cuanto en la plasmación artística, en la piedad hecha vida y en los espacios de convivencia
solidaria.

415. Esta cultura, la mestiza primero y luego, paulatinamente, la de los diversos enclaves
indígenas y afroamericanos, comienza desde el siglo XVIII a sufrir el impacto del
advenimiento de la civilización urbano-industrial, dominada por lo físico-matemático y por
la mentalidad de eficiencia.

416. Esta civilización está acompañada por fuertes tendencias a la personalización y a la
socialización. Produce una acentuada aceleración de la historia que exige a todos los
pueblos gran esfuerzo de asimilación y creatividad, si no quieren que sus culturas queden
postergadas o aun eliminadas.

417. La cultura urbano-industrial, con su consecuencia de intensa proletarización de
sectores sociales y hasta de diversos pueblos, es controlada por las grandes potencias
poseedoras de la ciencia y de la técnica. Dicho proceso histórico tiende a agudizar cada vez
más el problema de la dependencia y de la pobreza.

418. El advenimiento de la civilización urbano-industrial acarrea también problemas en el
plano ideológico y llega a amenazar las mismas raíces de nuestra cultura, ya que dicha
civilización nos llega, de hecho, en su real proceso histórico, impregnada de racionalismo e
inspirada en dos ideologías dominantes: el liberalismo y el colectivismo marxista. En
ambas anida la tendencia no sólo a una legítima y deseable secularización, sino también al
«secularismo».

419. En el cuadro de este proceso histórico surgen en nuestro continente fenómenos y
problemas particulares e importantes: la intensificación de las migraciones y de los
desplazamientos de población del agro hacia la ciudad; la presencia de fenómenos
religiosos como el de la invasión de sectas, que no por aparecer marginales, el
evangelizador puede desconocer; el enorme influjo de los Medios de Comunicación Social
como vehículos de nuevas pautas y modelos culturales; el anhelo de la mujer por su
promoción, de acuerdo con su dignidad y peculiaridad en el conjunto de la sociedad; la
emergencia de un mundo obrero que será decisivo en la nueva configuración de nuestra
cultura.

La acción evangelizadora: desafíos y problemas

420. Los hechos recién indicados marcan los desafíos que ha de enfrentar la Iglesia. En
ellos se manifiestan los signos de los tiempos, los indicadores del futuro hacia donde va el
movimiento de la cultura. La Iglesia debe discernirlos, para poder consolidar los valores y
derrocar los ídolos que alientan este proceso histórico.

La adveniente cultura universal 

421. La cultura urbano-industrial, inspirada por la mentalidad científico-técnica, impulsada
por las grandes potencias y marcada por las ideologías mencionadas, pretende ser universal. Los pueblos, las culturas particulares, los diversos grupos humanos, son invitados, más aún,
constreñidos a integrarse en ella.

422. En América Latina esta tendencia reactualiza el problema de la integración de las
etnias indígenas en el cuadro político y cultural de las naciones, precisamente por verse
éstas compelidas a avanzar hacia un mayor desarrollo, a ganar nuevas tierras y brazos para
una producción más eficaz; para poder integrarse con mayor dinamismo en el curso
acelerado de la civilización universal.

423. Los niveles que presenta esta nueva universalidad son distintos: el de los elementos
científicos y técnicos como instrumentos de desarrollo; el de ciertos valores que se ven
acentuados, como los del trabajo y de una mayor posesión de bienes de consumo; el de un
«estilo de vida» total que lleva consigo una determinada jerarquía de valores y preferencias.

424. En esta encrucijada histórica, algunos grupos étnicos y sociales se repliegan,
defendiendo su propia cultura, en un aislacionismo infructuoso; otros, en cambio, se dejan
absorber fácilmente por los estilos de vida que instaura el nuevo tipo de cultura universal.

425. La Iglesia, en su tarea evangelizadora, procede con fino y laborioso discernimiento.
Por sus propios principios evangélicos, mira con satisfacción los impulsos de la humanidad
hacia la integración y la comunión universal. En virtud de su misión específica, se siente
enviada, no para destruir, sino para ayudar a las culturas a consolidarse en su propio ser e
identidad, convocando a los hombres de todas las razas y pueblos a reunirse, por la fe, bajo
Cristo, en el mismo y único Pueblo de Dios.

426. La Iglesia promueve y fomenta incluso lo que va más allá de esta unión católica en la
misma fe y que se concreta en formas de comunión entre las culturas y de integración justa
en los niveles económico, social y político.

427. Pero ella pone en cuestión, como es obvio, aquella «universalidad», sinónimo de
nivelación y uniformidad, que no respeta las diferentes culturas, debilitándolas,
absorbiéndolas o eliminándolas. Con mayor razón la Iglesia no acepta aquella
instrumentalización de la universalidad que equivale a la unificación de la humanidad por
vía de una injusta e hiriente supremacía y dominación de unos pueblos o sectores sociales
sobre otros pueblos y sectores.

428. La Iglesia de América Latina se propone reanudar con renovado vigor la
evangelización de la cultura de nuestros pueblos y de los diversos grupos étnicos para que
germine o sea reavivada la fe evangélica y para que ésta, como base de comunión, se
proyecte hacia formas de integración justa en los cuadros respectivos de una nacionalidad,
de una gran patria latinoamericana y de una integración universal que permita a nuestros
pueblos el desarrollo de su propia cultura, capaz de asimilar de modo propio los hallazgos
científicos y técnicos.

La ciudad 

429. En el tránsito de la cultura agraria a la urbano-industrial, la ciudad se convierte en
motor de la nueva civilización universal. Este hecho requiere un nuevo discernimiento por
parte de la Iglesia. Globalmente, debe inspirarse en la visión de la Biblia, la cual a la vez
que comprueba positivamente la tendencia de los hombres a la creación de ciudades donde
convivir de un modo más asociado y humano, es crítica de la dimensión inhumana y del
pecado que se origina en ellas.

430. Por lo mismo, en las actuales circunstancias, la Iglesia no alienta el ideal de la
creación de megápolis que se tornan irremediablemente inhumanas, como tampoco de una
industrialización excesivamente acelerada que las actuales generaciones tengan que pagar a
costo de su misma felicidad, con sacrificios desproporcionados.

431. Por otra parte, reconoce que la vida urbana y el cambio industrial ponen al descubierto
problemas hasta ahora no conocidos. En su seno se trastornan los modos de vida y las
estructuras habituales de la existencia: la familia, la vecindad, la organización del trabajo.
Se trastornan, por lo mismo, las condiciones de vida del hombre religioso, de los fieles y de
la comunidad cristiana (133).
Las anteriores características constituyen rasgos del llamado «proceso de secularización»,
ligado evidentemente a la emergencia de la ciencia y de la técnica y a la urbanización
creciente.

432. No hay por qué pensar que las formas esenciales de la conciencia religiosa estén
exclusivamente ligadas con la cultura agraria. Es falso que el paso a la civilización urbanoindustrial acarrea necesariamente la abolición de la religión. Sin embargo, constituye un
evidente desafío, al condicionar con nuevas formas y estructuras de vida, la conciencia
religiosa y la vida cristiana.

433. La Iglesia se encuentra así ante el desafío de renovar su evangelización, de modo que
pueda ayudar a los fieles a vivir su vida cristiana en el cuadro de los nuevos
condicionamientos que la sociedad urbano-industrial crea para la vida de santidad; para la
oración y la contemplación; para las relaciones entre los hombres, que se tornan anónimas y
arraigadas en lo meramente funcional; para una nueva vivencia del trabajo, de la
producción y del consumo.

El secularismo 

434. La Iglesia asume el proceso de la secularización en el sentido de una legítima
autonomía de lo secular como justo y deseable según lo entienden la Gaudium et Spes y la
Evangelii Nuntiandi (134). Sin embargo, el paso a la civilización urbano-industrial,
considerado no en abstracto, sino en su real proceso histórico occidental, viene inspirado
por la ideología que llamamos «secularismo».

435. En su esencia, el secularismo separa y opone al hombre con respecto a Dios; concibe
la construcción de la historia como responsabilidad exclusiva del hombre, considerado en
su mera inmanencia. Se trata de «una concepción del mundo según la cual éste último se
explica por sí mismo, sin que sea necesario recurrir a Dios: Dios resultaría, pues, superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por
sobrepasar a Dios e incluso por renegar de Él. Nuevas formas de ateísmo -un ateísmo
antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico, sino práctico y militante- parece
desprenderse de él. En unión con este secularismo ateo se nos propone todos los días, bajo
las formas más distintas, una civilización de consumo, el hedonismo erigido en valor
supremo, una voluntad de poder y de dominio, de discriminaciones de todo género:
constituyen otras tantas inclinaciones inhumanas de este «humanismo» (EN 55).

436. La Iglesia, pues, en su tarea de evangelizar y suscitar la fe en Dios, Padre providente y
en Jesucristo, activamente presente en la historia humana, experimenta un enfrentamiento
radical con este movimiento secularista. Ve en él una amenaza a la fe y a la misma cultura
de nuestros pueblos latinoamericanos. Por eso, uno de los fundamentales cometidos del
nuevo impulso evangelizador ha de ser actualizar y reorganizar el anuncio del contenido de
la evangelización partiendo de la misma fe de nuestros pueblos, de modo que éstos puedan
asumir los valores de la nueva civilización urbano-industrial, en una síntesis vital cuyo
fundamento siga siendo la fe en Dios y no el ateísmo, consecuencia lógica de la tendencia
secularista.

Conversión y estructuras 
Se ha señalado la incoherencia entre la cultura de nuestros pueblos, cuyos valores están
impregnados de fe cristiana, y la condición de pobreza en que a menudo permanecen
retenidos injustamente.

437. Sin duda, las situaciones de injusticia y de pobreza aguda son un índice acusador de
que la fe no ha tenido la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones de los
sectores responsables del liderazgo ideológico y de la organización de la convivencia social
y económica de nuestros pueblos. En pueblos de arraigada fe cristiana se han impuesto
estructuras generadoras de injusticia. Éstas que están en conexión con el proceso de
expansión del capitalismo liberal y que en algunas partes se transforman en otras inspiradas
por el colectivismo marxista, nacen de las ideologías de culturas dominantes y son
incoherentes con la fe propia de nuestra cultura popular.

438. La Iglesia llama, pues, a una renovada conversión en el plano de los valores culturales,
para que desde allí se impregnen las estructuras de convivencia con espíritu evangélico. Al
llamar a una revitalización de los valores evangélicos, urge a una rápida y profunda
transformación de las estructuras, ya que éstas están llamadas, por su misma naturaleza, a
contener el mal que nace del corazón del hombre, y que se manifiesta también en forma
social y a servir como condiciones pedagógicas para una conversión interior, en el plano de
los valores (135).

Otros problemas 

439. En el marco de esta situación general y de sus desafíos globales, se inscriben algunos
problemas particulares de importancia que la Iglesia ha de atender en su nuevo impulso
evangelizador. Éstos son: la organización de una adecuada catequesis partiendo de un
debido conocimiento de las condiciones culturales de nuestros pueblos y de una compenetración con su estilo de vida, con suficientes agentes pastorales autóctonos y
diversificados, que satisfagan el derecho de nuestros pueblos y de nuestros pobres a no
quedar sumidos en la ignorancia o en niveles de formación rudimentarios de su fe.

440. Un planteamiento crítico y constructivo del sistema educativo en América Latina.

441. La necesidad de trazar criterios y caminos, basados en la experiencia y la imaginación,
para una pastoral de la ciudad, donde se gestan los nuevos modos de cultura, a la vez que el
aumento del esfuerzo evangelizador y promotor de los grupos indígenas y afroamericanos.

442. La instauración de una nueva presencia evangelizadora de la Iglesia en el mundo
obrero, en las élites intelectuales y entre las artísticas.

443. El aporte humanista y evangelizador de la Iglesia para la promoción de la mujer,
conforme a su propia identidad específica.

3. Evangelización y religiosidad popular 

3.1. Noción y afirmaciones fundamentales 

444. Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular (136), entendemos el
conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas
convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan. Se trata de la forma o de la
existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado. La religión del pueblo
latinoamericano, en su forma cultural más característica, es expresión de la fe católica. Es
un catolicismo popular.

445. Con deficiencias y a pesar del pecado siempre presente, la fe de la Iglesia ha sellado el
alma de América Latina (137), marcando su identidad histórica esencial y constituyéndose
en la matriz cultural del continente, de la cual nacieron los nuevos pueblos.

446. El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica
cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en
el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización.

447. Esta religión del pueblo es vivida preferentemente por los «pobres y sencillos» (EN
48), pero abarca todos los sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que
reúne a los hombres en nuestras naciones políticamente tan divididas. Eso sí, debe
sostenerse que esa unidad contiene diversidades múltiples según los grupos sociales,
étnicos e, incluso, las generaciones.

448. La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con
sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular
católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo
humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad;
fe y patria, inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma
radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad
fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las
razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que
capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y
asfixia con otros intereses (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 6: AAS 71 p. 213).

449. Porque esta realidad cultural abarca muy amplios sectores sociales, la religión del
pueblo tiene la capacidad de congregar multitudes. Por eso, en el ámbito de la piedad
popular la Iglesia cumple con su imperativo de universalidad. En efecto, «sabiendo que el
mensaje no está reservado a un pequeño grupo de iniciados, de privilegiados, o elegidos,
sino que está destinado a todos» (EN 57), la Iglesia logra esa amplitud de convocación de
las muchedumbres en los santuarios y en las fiestas religiosas. Allí el mensaje evangélico
tiene oportunidad, no siempre aprovechada pastoralmente, de llegar «al corazón de las
masas» (ibid.).

450. La religiosidad popular no solamente es objeto de evangelización, sino que, en cuanto
contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se
evangeliza continuamente a sí mismo.

451. Esta piedad popular católica, en América Latina, no ha llegado a impregnar
adecuadamente o aún no ha logrado la evangelización en algunos grupos culturales
autóctonos o de origen africano, que por su parte poseen riquísimos valores y guardan
«semillas del Verbo» en espera de la Palabra viva.

452. La religiosidad popular si bien sella la cultura de América Latina, no se ha expresado
suficientemente en la organización de nuestras sociedades y estados. Por ello deja un
espacio para lo que S.S. Juan Pablo II ha vuelto a denominar «estructuras de pecado» (Juan
Pablo II, Homilía Zapopán 3: AAS 71 p. 230). Así la brecha entre ricos y pobres, la
situación de amenaza que viven los más débiles, las injusticias, las postergaciones y
sometimientos indignos que sufren, contradicen radicalmente los valores de dignidad
personal y hermandad solidaria. Valores estos que el pueblo latinoamericano lleva en su
corazón como imperativos recibidos del Evangelio. De ahí que la religiosidad del pueblo
latinoamericano se convierta muchas veces en un clamor por una verdadera liberación. Ésta
es una exigencia aún no satisfecha. Por su parte, el pueblo, movido por esta religiosidad,
crea o utiliza dentro de sí, en su convivencia más estrecha, algunos espacios para ejercer la
fraternidad, por ejemplo: el barrio, la aldea, el sindicato, el deporte. Y entre tanto, no
desespera, aguarda confiadamente y con astucia los momentos oportunos para avanzar en
su liberación tan ansiada.

453. Por falta de atención de los agentes de pastoral y por otros complejos factores, la
religión del pueblo muestra en ciertos casos signos de desgaste y deformación: aparecen
sustitutos aberrantes y sincretismos regresivos. Además, se ciernen en algunas partes sobre
ella serias y extrañas amenazas que se presentan exacerbando la fantasía con tonos
apocalípticos.

3.2. Descripción de la religiosidad popular 

454. Como elementos positivos de la piedad popular se pueden señalar: la presencia
trinitaria que se percibe en devociones y en iconografías, el sentido de la providencia de
Dios Padre; Cristo, celebrado en su misterio de Encarnación (Navidad, el Niño), en su Crucifixión, en la Eucaristía y en la devoción al Sagrado Corazón; amor a María: Ella y
«sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan su piedad
popular» (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 2: AAS 71 p. 228), venerada como Madre
Inmaculada de Dios y de los hombres, como Reina de nuestros distintos países y del
continente entero; los santos, como protectores; los difuntos; la conciencia de dignidad
personal y la fraternidad solidaria; la conciencia de pecado y de necesidad de expiación; la
capacidad de expresar la fe en un lenguaje total que supera los racionalismos (canto,
imágenes, gesto, color, danza); la Fe situada en el tiempo (fiestas) y en lugares (santuarios y
templos); la sensibilidad hacia la peregrinación como símbolo de la existencia humana y
cristiana, el respeto filial a los pastores como representantes de Dios; la capacidad de
celebrar la fe en forma expresiva y comunitaria; la integración honda de los sacramentos y
sacramentales en la vida personal y social; el afecto cálido por la persona del Santo Padre;
la capacidad de sufrimiento y heroísmo para sobrellevar las pruebas y confesar la fe; el
valor de la oración; la aceptación de los demás.

455. La religión popular latinoamericana sufre, desde hace tiempo, por el divorcio entre
élites y pueblo. Eso significa que le falta educación, catequesis y dinamismo, debido a la
carencia de una adecuada pastoral.

456. Los aspectos negativos son de diverso origen. De tipo ancestral: superstición, magia,
fatalismo, idolatría del poder, fetichismo y ritualismo. Por deformación de la catequesis:
arcaísmo estático, falta de información e ignorancia, reinterpretación sincretista,
reduccionismo de la fe a un mero contrato en la relación con Dios. Amenazas: secularismo
difundido por los medios de comunicación social; consumismo; sectas; religiones orientales
y agnósticas; manipulaciones ideológicas, económicas, sociales y políticas; mesianismos
políticos secularizados; desarraigo y proletarización urbana a consecuencia del cambio
cultural. Podemos afirmar que muchos de estos fenómenos son verdaderos obstáculos para
la Evangelización.

3.3. Evangelización de la religiosidad popular: proceso, actitudes y criterios 

457. Como toda la Iglesia, la religión del pueblo debe ser evangelizada siempre de nuevo.
En América Latina, después de casi 500 años de la predicación del Evangelio y del
bautismo generalizado de sus habitantes, esta evangelización ha de apelar a la «memoria
cristiana de nuestros pueblos». Será una labor de pedagogía pastoral, en la que el
catolicismo popular sea asumido, purificado, completado y dinamizado por el Evangelio.
Esto implica en la práctica, reanudar un diálogo pedagógico, a partir de los últimos
eslabones que los evangelizadores de antaño dejaron en el corazón de nuestro pueblo. Para
ello se requiere conocer los símbolos, el lenguaje silencioso, no verbal, del pueblo, con el
fin de lograr, en un diálogo vital, comunicar la Buena Nueva mediante un proceso de
reinformación catequética.

458. Los agentes de la evangelización, con la luz del Espíritu Santo y llenos de «caridad
pastoral», sabrán desarrollar la «pedagogía de la evangelización» (EN 48). Esto exige, antes
que todo, amor y cercanía al pueblo, ser prudentes y firmes, constantes y audaces para
educar esa preciosa fe, algunas veces tan debilitada.

459. Las formas concretas y los procesos pastorales deberán evaluarse según esos criterios
característicos del Evangelio vivido en la Iglesia, todo debe hacer a los bautizados más
hijos en el Hijo, más hermanos en la Iglesia, más responsablemente misioneros para
extender el reino. En esa dirección ha de madurar la religión del pueblo.

3.4. Tareas y desafíos 

460. Estamos en una situación de urgencia. El cambio de una sociedad agraria a una
urbano-industrial somete la religión del pueblo a una crisis decisiva. Los grandes desafíos
que nos plantea la piedad popular para el final del milenio en América Latina configuran
las siguientes tareas pastorales:

461. a) La necesidad de evangelizar y catequizar adecuadamente a las grandes mayorías
que han sido bautizadas y que viven un catolicismo popular debilitado.

462. b) Dinamizar los movimientos apostólicos, las parroquias, las Comunidades Eclesiales
de Base y los militantes de la Iglesia en general, para que sean en forma más generosa
«fermento de la masa». Habrá que revisar las espiritualidades, las actitudes y las tácticas de
las élites de la Iglesia con respecto a la religiosidad popular. Como bien lo indicó Medellín,
«esta religiosidad pone a la Iglesia ante el dilema de continuar siendo Iglesia universal o de
convertirse en secta, al no incorporar vitalmente a sí a aquellos hombres que se expresan
con ese tipo de religiosidad» (Med. Pastoral popular 3). Debemos desarrollar en nuestros
militantes una místicas de servicio evangelizador de la religión de su pueblo. Esta tarea es
ahora más actual que entonces: las élites deben asumir el espíritu de su pueblo, purificarlo,
aquilatarlo y encarnarlo en forma preclara. Deben participar en las convocaciones y en las
manifestaciones populares para dar su aporte.

463. c) Adelantar una creciente y planificada transformación de nuestros santuarios para
que puedan ser «lugares privilegiados» (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 5: AAS 71 p. 231)
de evangelización. Esto requiere purificarlos de todo tipo de manipulación y de actividades
comerciales. Una especial tarea cabe a los santuarios nacionales, símbolos de la interacción
de la fe con la historia de nuestros pueblos.

464. d) Atender pastoralmente la piedad popular campesina e indígena para que, según su
identidad y su desarrollo, crezcan y se renueven con los contenidos del Concilio Vaticano

II. Así se prepararán mejor para el cambio cultural generalizado. 

465. e) Favorecer la mutua fecundación entre Liturgia y piedad popular que pueda encauzar
con lucidez y prudencia los anhelos de oración y vitalidad carismática que hoy se
comprueba en nuestros países. Por otra parte, la religión del pueblo, con su gran riqueza
simbólica y expresiva, puede proporcionar a la liturgia un dinamismo creador. Éste,
debidamente discernido, puede servir para encarnar más y mejor la oración universal de la
Iglesia en nuestra cultura.

466. f) Buscar las reformulaciones y reacentuaciones necesarias de la religiosidad popular
en el horizonte de una civilización urbano-industrial. Proceso que ya se percibe en las
grandes urbes del continente, donde la piedad popular está expresándose espontáneamente
en modos nuevos y enriqueciéndose con nuevos valores madurados en su propio seno. En esa perspectiva, deberá procurarse por que la fe desarrolle una personalización creciente y
una solidaridad liberadora. Fe que alimente una espiritualidad capaz de asegurar la
dimensión contemplativa, de gratitud frente a Dios y de encuentro poético, sapiencial, con
la creación. Fe que sea fuente de alegría popular y motivo de fiesta aun en situaciones de
sufrimiento. Por esta vía pueden plasmarse formas culturales que rescaten a la
industrialización urbana del tedio opresor y del economicismo frío y asfixiante.

467. g) Favorecer las expresiones religiosas populares con participación masiva por la
fuerza evangelizadora que poseen.

468. h) Asumir las inquietudes religiosas que, como angustias históricas, se están
despertando en el final del milenio. Asumirlas en el señorío de Cristo y en la Providencia
del Padre, para que los hijos de Dios obtengan la paz necesaria mientras luchan en el
tiempo.

469. Si la Iglesia no reinterpreta la religión del pueblo latinoamericano, se producirá un
vacío que lo ocuparán las sectas, los mesianismos políticos secularizados, el consumismo
que produce hastío y la indiferencia o el pansexualismo pagano. Nuevamente la Iglesia se
enfrenta con el problema: lo que no asume en Cristo, no es redimido y se constituye en un
ídolo nuevo con malicia vieja.

4. Evangelización, liberación y promoción humana 
La evangelización en su relación con la promoción humana, la liberación y la doctrina
social de la Iglesia.

4.1. Palabras de aliento

470. Reconocemos los esfuerzos realizados por muchos cristianos de América Latina para
profundizar en la fe e iluminar con la Palabra de Dios las situaciones particularmente
conflictivas de nuestros pueblos. Alentamos a todos los cristianos a seguir prestando este
servicio evangelizador y a discernir sus criterios de reflexión y de investigación, poniendo
particular cuidado en conservar y promover la comunión eclesial, tanto a nivel local como
universal.

471. Somos conscientes de que, a partir de Medellín, los agentes de pastoral han logrado
avances muy significativos y han tropezado con no pocas dificultades. Éstas no deben
desanimarnos; deben llevarnos más bien a nuevas búsquedas y mejores realizaciones.

4.2. Enseñanza social de la Iglesia 

472. El aporte de la Iglesia a la liberación y promoción humana se ha venido concretando
en un conjunto de orientaciones doctrinales y criterios de acción que solemos llamar
«enseñanza social de la Iglesia». Tienen su fuente en la Sagrada Escritura, en la enseñanza
de los Padres y grandes Teólogos de la Iglesia y en el Magisterio, especialmente de los
últimos Papas. Como aparece desde su origen, hay en ellas elementos de validez
permanente que se fundan en una antropología nacida del mismo mensaje de Cristo y en los
valores perennes de la ética cristiana. Pero hay también elementos cambiantes que
responden a las condiciones propias de cada país y de la época (GS nota 1).

473. Siguiendo a Pablo VI (OA 4) podemos formular así: Atenta a los signos de los
tiempos, interpretados a luz del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia, toda la comunidad
cristiana es llamada a hacerse responsable de las opciones concretas y de su efectiva
actuación para responder a las interpelaciones que las cambiantes circunstancias le
presentan. Esta enseñanza social tiene, pues, un carácter dinámico y en su elaboración y
aplicación los laicos han de ser, no pasivos ejecutores, sino activos colaboradores de los
Pastores, a quienes aportan su experiencia cristiana, su competencia profesional y científica
(GS 42).

474. Queda claro, pues, que toda la comunidad cristiana, en comunión con sus legítimos
pastores y guiada por ellos, se constituye en sujeto responsable de la evangelización, de la
liberación y promoción humana.

475. El objeto primario de esta enseñanza social es la dignidad personal del hombre,
imagen de Dios y la tutela de sus derechos inalienables (PP 14-21). La Iglesia ha ido
explicitando sus enseñanzas en los diversos campos de la existencia, lo social, lo
económico, lo político, lo cultural, según las necesidades. Por tanto, la finalidad de esta
doctrina de la Iglesia -que aporta su visión propia del hombre y de la humanidad (PP 13)-
es siempre la promoción de liberación integral de la persona humana, en su dimensión
terrena y trascendente, contribuyendo así a la construcción del Reino último y definitivo,
sin confundir, sin embargo, progreso terrestre y crecimiento del Reino de Cristo (138).

476. Para que nuestra enseñanza social sea creíble y aceptada por todos, debe responder de
manera eficaz a los desafíos y problemas graves que surgen de nuestra realidad
latinoamericana. Hombres disminuidos por carencias de toda índole reclaman acciones
urgentes en nuestro esfuerzo promocional que hacen siempre necesarias las obras
asistenciales. No podemos proponer eficazmente esta enseñanza sin ser interpelados por
ella nosotros mismos, en nuestro comportamiento personal e institucional. Ella exige de
nosotros coherencia, creatividad, audacia y entrega total. Nuestra conducta social es parte
integrante de nuestro seguimiento de Cristo. Nuestra reflexión sobre la proyección de la
Iglesia en el mundo, como sacramento de comunión y salvación, es parte integrante de
nuestra reflexión teológica, porque «la evangelización no sería completa si no tuviera en
cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el
Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre» (EN 29).

477. La promoción humana implica actividades que ayudan a despertar la conciencia del
hombre en todas sus dimensiones y a valerse por sí mismo para ser protagonista de su
propio desarrollo humano y cristiano. Educa para la convivencia, da impulso a la
organización, fomenta la comunicación cristiana de bienes, ayuda de modo eficaz a la
comunión y a la participación.

478. Para lograr la coherencia del testimonio de la comunidad cristiana en el empeño de
liberación y de promoción humana, cada país y cada Iglesia particular organizará su
pastoral social con medios permanentes y adecuados que sostengan y estimulen el
compromiso comunitario, asegurando la necesaria coordinación de iniciativas, en diálogo
constante con todos los miembros de la Iglesia. Las Cáritas y otros organismos que vienen
trabajando con eficacia desde hace muchos años, pueden ofrecer un buen servicio.

479. La teología, la predicación, la catequesis, para ser fieles y completas, exigen tener ante
los ojos a todo el hombre y a todos los hombres y comunicarles en forma oportuna y
adecuada «un mensaje particularmente vigoroso en nuestros días sobre la liberación» (EN
29), «siempre en el designio global de la salvación» (EN 38). Parece, pues, necesario que
digamos una palabra esclarecedora sobre el mismo concepto de liberación en el momento
actual del continente.

4.3. Discernimiento de la liberación en Cristo 

480. En Medellín se despliega un proceso dinámico de liberación integral cuyos ecos
positivos recoge la Evangelii Nuntiandi y el Papa Juan Pablo II en su Mensaje a esta
Conferencia. Es un anuncio que urge a la Iglesia y que pertenece a la entraña misma de una
evangelización que tiende hacia la realización auténtica del hombre.

481. Hay, sin embargo, distintas concepciones y aplicaciones de la liberación. Aunque entre
ellas se descubren rasgos comunes, hay enfoques difíciles de llevar a una adecuada
convergencia. Por ello, lo mejor es dar criterios que emanan del Magisterio y que sirven
para el necesario discernimiento acerca de la original concepción de la liberación cristiana.

482. Aparecen dos elementos complementarios e inseparables: la liberación de todas las
servidumbres del pecado personal y social, de todo lo que desgarra al hombre y a la
sociedad y que tiene su fuente en el egoísmo, en el misterio de iniquidad y la liberación
para el crecimiento progresivo en el ser, por la comunión con Dios y con los hombres que
culmina en la perfecta comunión del cielo, donde Dios es todo en todos y no habrá más
lágrimas.

483. Es una liberación que se va realizando en la historia, la de nuestros pueblos y la
nuestra personal y que abarca las diferentes dimensiones de la existencia: lo social, lo
político, lo económico, lo cultural y el conjunto de sus relaciones. En todo esto ha de
circular la riqueza transformadora del Evangelio, con su aporte propio y específico, el cual
hay que salvaguardar. De lo contrario, como lo advierte Pablo VI: «La Iglesia perdería su
significación más profunda; su mensaje de liberación no tendría ninguna originalidad y se
prestaría a ser acaparado y manipulado por los sistemas ideológicos y los partidos
políticos» (EN 32).

484. Debe ponerse en claro que esta liberación se funda en los tres grandes pilares que el
Papa Juan Pablo II nos trazó como definida orientación: La verdad sobre Jesucristo, la
verdad sobre la Iglesia, la verdad sobre el hombre.

485. Así, si no llegamos a la liberación del pecado con todas sus seducciones e idolatrías; si
no ayudamos a concretar la liberación que Cristo conquistó en la Cruz, mutilamos la
liberación de modo irreparable; también la mutilamos si olvidamos el eje de la
evangelización liberadora, que es la que transforma al hombre en sujeto de su propio
desarrollo individual y comunitario. La mutilamos igualmente, si olvidamos la dependencia
y las esclavitudes que hieren derechos fundamentales que no son otorgados por gobiernos o
instituciones por poderosas que sean, sino que tienen como autor al propio Creador y Padre.

486. Es una liberación que sabe utilizar medios evangélicos, con su peculiar eficacia y que
no acude a ninguna clase de violencia ni a la dialéctica de la lucha de clases, sino a la
vigorosa energía y acción de los cristianos, que movidos por el Espíritu, acuden a responder
al clamor de millones y millones de hermanos.

487. Los pastores de América Latina tenemos razones gravísimas para urgir la
evangelización liberadora, no sólo porque es necesario recordar el pecado individual y
social, sino también porque de Medellín para acá, la situación se ha agravado en la mayoría
de nuestros países.

488. Nos alegra comprobar ejemplos numerosos de esfuerzos por vivir la evangelización
liberadora en su plenitud. Una de las principales tareas para seguir alentando la liberación
cristiana es la búsqueda creativa de caminos que se aparten de ambigüedades y
reduccionismos (EN 32) en plena fidelidad a la Palabra de Dios que nos es dada en la
Iglesia y que nos mueve al alegre anuncio a los pobres, como uno de los signos mesiánicos
del Reino de Cristo.

489. Como muy bien lo señaló Juan Pablo II en el discurso inaugural: «Hay muchos signos
que ayudan a discernir cuándo se trata de una liberación cristiana y cuándo, en cambio, se
nutre más bien de ideologías que le sustraen la coherencia con una visión evangélica del
hombre, de las cosas, de los acontecimientos (EN 35). Son signos que derivan, ya de los
contenidos que anuncian o de los actitudes concretas que asumen los evangelizadores. Es
preciso observar, a nivel de contenidos, cuál es la fidelidad a la Palabra de Dios, a la
Tradición viva de la Iglesia, a su Magisterio. En cuanto a las actitudes, hay que ponderar
cuál es su sentido de comunión con los Obispos, en primer lugar, y con los demás sectores
del Pueblo de Dios: cuál es el aporte que se da a la construcción efectiva de la comunidad y
cuál la forma de volcar con amor su solicitud hacia los pobres, los enfermos, los
desposeídos, los desamparados, los agobiados y cómo, descubriendo en ellos la imagen de
Jesús "pobre y paciente", se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos
a Cristo (LG 8). No nos engañemos: los fieles humildes y sencillos, como por instinto
evangélico, captan espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se
lo vacía y asfixia con otros intereses» (139).

490. Quien tiene sobre el hombre la visión que el cristianismo da, asume a su vez el
compromiso de no reparar sacrificios para asegurar a todos la condición de auténticos hijos
de Dios y hermanos en Jesucristo. Así, la evangelización liberadora tiene su plena
realización en la comunión de todos en Cristo según la voluntad del Padre de todos los
hombres.

4.4. Evangelización liberadora para una convivencia humana digna de hijos de Dios 

491. Nada es divino y adorable fuera de Dios. El hombre cae en la esclavitud cuando
diviniza o absolutiza la riqueza, el poder, el Estado, el sexo, el placer o cualquier creación
de Dios, incluso su propio ser o su razón humana. Dios mismo es la fuente de liberación
radical de todas las formas de idolatría, porque la adoración de lo no adorable y la
absolutización de lo relativo, lleva a la violación de lo más íntimo de la persona humana: su
relación con Dios y su realización personal. He aquí la palabra liberadora por excelencia:
«Al Señor Dios adorarás, sólo a Él darás culto» (Mt 4,10) (140). La caída de los ídolos restituye al hombre su campo esencial de libertad. Dios, libre por excelencia, quiere entrar
en diálogo con un ser libre, capaz de hacer sus opciones y ejercer sus responsabilidades
individualmente y en comunidad. Hay, pues, una historia humana que, aunque tiene su
consistencia propia y su autonomía, está llamada a ser consagrada por el hombre a Dios. La
verdadera liberación, en efecto, libera de una opresión para poder acceder a un bien
superior.

El hombre y los bienes de la tierra 

492. Los bienes y riquezas del mundo, por su origen y naturaleza, según voluntad del
Creador, son para servir efectivamente a la utilidad y provecho de todos y a cada uno de los
hombres y los pueblos. De ahí que a todos y a cada uno les compete un derecho primario y
fundamental, absolutamente inviolable, de usar solidariamente esos bienes, en la medida de
lo necesario, para una realización digna de la persona humana. Todos los demás derechos,
también el de propiedad y libre comercio, le están subordinados. Como nos enseña Juan
Pablo II: «Sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social» (141). La propiedad
compatible con aquel derecho primordial es más que nada un poder de gestión y
administración, que si bien no excluye el dominio, no lo hace absoluto ni ilimitado. Debe
ser fuente de libertad para todos, jamás de dominación ni privilegios. Es un deber grave y
urgente hacerlo retornar a su finalidad primera (142).

Liberación del ídolo de la riqueza 

493. Los bienes de la tierra se convierten en ídolo y en serio obstáculo para el Reino de
Dios (143), cuando el hombre concentra toda su atención en tenerlos o aun en codiciarlos.
Se vuelven entonces absolutos. «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).

494. La riqueza absolutizada es obstáculo para la verdadera libertad. Los crueles contrastes
de lujo y extrema pobreza, tan visibles a través del continente, agravados, además, por la
corrupción que a menudo invade la vida pública y profesional, manifiestan hasta qué punto
nuestros países se encuentran bajo el dominio del ídolo de la riqueza.

495. Estas idolatrías se concentran en dos formas opuestas que tienen una misma raíz: el
capitalismo liberal y, como reacción, el colectivismo marxista. Ambos son formas de lo que
puede llamarse «injusticia institucionalizada».

496. Finalmente, como ya se dijo, hay que tomar conciencia de los efectos devastadores de
una industrialización descontrolada y de una urbanización que va tomando proporciones
alarmantes. El agotamiento de los recursos naturales y la contaminación del ambiente
constituirán un problema dramático. Afirmamos una vez más la necesidad de una profunda
revisión de la tendencia consumista de las naciones más desarrolladas; deben tenerse en
cuenta las necesidades elementales de los pueblos pobres, que forman la mayor parte del
mundo.

497. El nuevo humanismo proclamado por la Iglesia que rechaza toda idolatría, permitirá
«al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los valores del amor, de la amistad, de
la oración y de la contemplación. Así podrá realizar en toda su plenitud el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos
humanas a condiciones más humanas» (PP 20). De este modo se planificará la economía al
servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía (144), como sucede en las
dos formas de idolatría, la capitalista y la colectivista. Será la única manera de que el
«tener» no ahogue al «ser» (145).

El hombre y el poder 

498. Las diversas formas del poder en la sociedad pertenecen fundamentalmente al orden
de la creación. Por tanto, llevan en sí la bondad esencial del servicio que deben prestar a la
comunidad humana.

499. La autoridad, necesaria en toda sociedad, viene de Dios (146) y consiste en la facultad
de mandar según la recta razón. Por consiguiente, su fuerza obligatoria procede del orden
moral (147) y dentro de éste debe desarrollarse para que obligue en conciencia. «La
autoridad es, sobre todo, una fuerza moral» (148).

500. El pecado corrompe el uso que los hombre hacen del poder, llevándolo al abuso de los
derechos de los demás, a veces en formas más o menos absolutas. Esto ocurre más
notoriamente en el ejercicio del poder político, por tratarse del campo de las decisiones que
determinan la organización global del bienestar temporal de la comunidad y por prestarse
más fácilmente, no sólo a los abusos de los que detentan el poder, sino a la absolutización
del poder mismo (149), apoyados en la fuerza pública. Se diviniza el poder político cuando
en la práctica se lo tiene como absoluto. Por eso, el uso totalitario del poder es una forma de
idolatría y como a tal la Iglesia lo rechaza enteramente (GS 75). Reconocemos con dolor la
presencia de muchos regímenes autoritarios y hasta opresivos en nuestro continente. Ellos
constituyen uno de los más serios obstáculos para el pleno desarrollo de los derechos de la
persona, de los grupos y de las mismas naciones.

501. Desafortunadamente, en muchos casos, esto llega hasta el punto que los mismos
poderes políticos y económicos de nuestras naciones más allá de las normales relaciones
recíprocas, están sometidos a centros más poderosos que operan a escala internacional.
Agrava la situación el hecho de que estos centros de poder se encuentran estructurados en
formas encubiertas, presentes por doquiera, y se sustraen fácilmente al control de los
gobiernos y de los mismos organismos internacionales.

502. Es urgente liberar a nuestros pueblos del ídolo del poder absolutizado para lograr una
convivencia social en justicia y libertad. En efecto, para que los pueblos latinoamericanos
puedan cumplir la misión que les asigna la historia como pueblos jóvenes, ricos en
tradiciones y cultura, necesitan de un orden político respetuoso de la dignidad del hombre,
que asegure la concordia y la paz al interior de la comunidad civil y en sus relaciones con
las demás comunidades. Entre los anhelos y exigencias de nuestros pueblos para que esto
sea una realidad, sobresalen:

503. La igualdad de todos los ciudadanos con el derecho y el deber de participar en el
destino de la sociedad, con las mismas oportunidades, contribuyendo a las cargas
equitativamente distribuidas y obedeciendo las leyes legítimamente establecidas.

504. El ejercicio de sus libertades, amparadas en instituciones fundamentales que aseguren
el bien común, en el respeto a los derechos de las personas y asociaciones.

505. La legítima autodeterminación de nuestros pueblos que les permita organizarse según
su propio genio y la marcha de su historia (GS 74) y cooperar en un nuevo orden
económico internacional.

506. La urgencia de restablecer la justicia no sólo teórica y formalmente reconocida, sino
llevada eficazmente a la práctica por instituciones adecuadas y realmente vigentes (150).

5. Evangelización, ideologías y política 

5.1. Introducción 

507. En los últimos años se advierte un deterioro creciente del cuadro político-social en
nuestros países.

508. En ellos se experimenta el peso de crisis institucionales y económicas y claros
síntomas de corrupción y violencia.

509. Dicha violencia es generada y fomentada, tanto por la injusticia, que se puede llamar
institucionalizada en diversos sistemas sociales, políticos y económicos, como por las
ideologías que la convierten en medio para la conquista del poder.

510. Esto último provoca, a su vez, la proliferación de regímenes de fuerza, muchas veces
inspirados en la ideología de la Seguridad Nacional.

511. La Iglesia como Madre y Maestra, experta en humanidad, debe discernir e iluminar,
desde el Evangelio y su enseñanza social, las situaciones, los sistemas, las ideologías y la
vida política del continente. Debe hacerlo, aun sabiendo que se intenta instrumentalizar su
mensaje.

512. Por eso, proyecta la luz de su palabra sobre la política y las ideologías, como un
servicio más a sus pueblos y como guía orientadora y segura para cuantos, de un modo u
otro, deben asumir responsabilidades sociales.

5.2. Evangelización y política 

513. La dimensión política, constitutiva del hombre, representa un aspecto relevante de la
convivencia humana. Posee un aspecto englobante, porque tiene como fin el bien común de
la sociedad. Pero no por ello agota la gama de las relaciones sociales.

514. La fe cristiana no desprecia la actividad política; por el contrario, la valoriza y la tiene
en alta estima.

515. La Iglesia -hablando todavía en general, sin distinguir el papel que compete a sus
diversos miembros- siente como su deber y derecho estar presente en este campo de la
realidad: porque el cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana,
incluida la dimensión política. Critica por esto a quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y
político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuviesen allí relevancia.

516. En efecto, la necesidad de la presencia de la Iglesia en lo político, proviene de lo más
íntimo de la fe cristiana: del señorío de Cristo que se extiende a toda la vida. Cristo sella la
definitiva hermandad de la humanidad; cada hombre vale tanto como otro: «Todos sois uno
en Cristo Jesús» (Gál 3,28).

517. Del mensaje integral de Cristo se deriva una antropología y teología originales que
abarcan «la vida concreta, personal y social del hombre» (EN 29). Es un mensaje que libera
porque salva de la esclavitud del pecado, raíz y fuente de toda opresión, injusticia y
discriminación.

518. Éstas son algunas de las razones de la presencia de la Iglesia en el campo de lo
político, para iluminar las conciencias y anunciar una palabra transformadora de la
sociedad.

519. La Iglesia reconoce la debida autonomía de lo temporal (GS 36), lo que vale para los
gobiernos, partidos, sindicatos y demás grupos en el campo social y político. El fin que el
Señor asignó a su Iglesia es de orden religioso y, por lo tanto, al intervenir en este campo
no la anima ninguna intención de orden político, económico o social. «Precisamente de esta
misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para
establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina» (GS 42).

520. Interesa especialmente distinguir en este campo de la política aquello que corresponde
a los laicos, lo que compete a los religiosos y lo que compete a los ministros de la unidad
de la Iglesia, el Obispo con su presbiterio.

5.3. Conceptos de política y de compromiso político 

521. Deben distinguirse dos conceptos de política y de compromiso político: Primero, la
política en su sentido más amplio que mira al bien común, tanto en lo nacional como en lo
internacional. Le corresponde precisar los valores fundamentales de toda comunidad -la
concordia interior y la seguridad exterior- conciliando la igualdad con la libertad, la
autoridad pública con la legítima autonomía y participación de las personas y grupos, la
soberanía nacional con la convivencia y solidaridad internacional. Define también los
medios y la ética de las relaciones sociales. En este sentido amplio, la política interesa a la
Iglesia y, por tanto, a sus Pastores, ministros de la unidad. Es una forma de dar culto al
único Dios, desacralizando y a la vez consagrando el mundo a Él (LG 34).

522. La Iglesia contribuye así a promover los valores que deben inspirar la política,
interpretando en cada nación las aspiraciones de sus pueblos, especialmente los anhelos de
aquellos que una sociedad tiende a marginar. Lo hace mediante su testimonio, su enseñanza
y su multiforme acción pastoral.

523. Segundo: La realización concreta de esta tarea política fundamental se hace
normalmente a través de grupos de ciudadanos que se proponen conseguir y ejercer el
poder político para resolver las cuestiones económicas, políticas y sociales según sus propios criterios o ideologías. En este sentido se puede hablar de «política de partido». Las
ideologías elaboradas por esos grupos, aunque se inspiren en la doctrina cristiana, pueden
llegar a diferentes conclusiones. Por eso, ningún partido político por más inspirado que esté
en la doctrina de la Iglesia, puede arrogarse la representación de todos los fieles, ya que su
programa concreto no podrá tener nunca valor absoluto para todos (151).

524. La política partidista es al campo propio de los laicos (GS 43). Corresponde a su
condición laical el constituir y organizar partidos políticos, con ideología y estrategia
adecuada para alcanzar sus legítimos fines.

525. El laico encuentra en la enseñanza social de la Iglesia los criterios adecuados, a la luz
de la visión cristiana del hombre. Por su parte, la jerarquía le otorgará su solidaridad,
favoreciendo su formación y su vida espiritual y estimulándolo en su creatividad para que
busque opciones cada ves más conformes con el bien común y las necesidades de los más
débiles.

526. Los Pastores, por el contrario, puesto que deben preocuparse de la unidad, se
despojarán de toda ideología político-partidista que pueda condicionar sus criterios y
actitudes. Tendrán, así, libertad para evangelizar lo político con Cristo, desde un Evangelio
sin partidismos ni ideologizaciones. El Evangelio de Cristo no habría tenido tanto impacto
en la historia, si Él no lo hubiese proclamado como un mensaje religioso. «Los Evangelios
muestran claramente cómo para Jesús era una tentación lo que alterara su misión de
Servidor de Yahvé (152). No acepta la posición de quienes mezclaban las cosas de Dios
con actitudes meramente políticas» (153) (Juan Pablo II, Discurso inaugural I 4: AAS 71 p.
190).

527. Los sacerdotes, también ministros de la unidad y los diáconos deberán someterse a
idéntica renuncia personal. Si militaran en política partidista, correrían el riesgo de
absolutizarla y radicalizarla, dada su vocación a ser «los hombres de lo absoluto». «Pero en
el orden económico y social y principalmente en el orden político, en donde se presentan
diversas opciones concretas, al Sacerdote como tal no le incumbe directamente la decisión,
ni el liderazgo, ni tampoco la estructuración de soluciones» (Med. Sacerdotes 19). «El
asumir una función directiva (leadership), "militar" activamente en un partido político, es
algo que debe excluir cualquier Presbítero a no ser que, en circunstancias concretas y
excepcionales, lo exija realmente el bien de la comunidad, obteniendo el consentimiento del
Obispo, consultado el Consejo Presbiteral y -si el caso lo requiere- también la Conferencia
Episcopal» (Sínodo 1971, II parte, 2b). Ciertamente, la tendencia actual de la Iglesia no va
en este sentido.

528. Los religiosos, por su forma de seguir a Cristo, según la función peculiar que les cabe
dentro de la misión de la Iglesia, de acuerdo con su carisma específico, también cooperan
en la evangelización de lo político. En una sociedad poco fraternal, dada al consumismo y
que se propone como fin último el desarrollo de sus fuerzas productivas materiales, los
religiosos tienen que ser testigos de una real austeridad de vida, de comunión con los
hombres y de intensa relación con Dios. Deberán, pues, resistir, igualmente, a la tentación
de comprometerse en política partidista, para no provocar la confusión de los valores
evangélicos con una ideología determinada. 529. Una atenta reflexión de obispos, sacerdotes y religiosos sobre las palabras del Santo
Padre, será preciosa orientación para su servicio en este campo: «El alma que vive en
contacto habitual con Dios y se mueve dentro del ardiente rayo de su amor, sabe defenderse
con facilidad de la tentación de particularismos y antítesis, que crean el riesgo de dolorosas
divisiones; sabe interpretar, a la justa luz del Evangelio, las opciones por los más pobres y
por cada una de las víctimas del egoísmo humano, sin ceder a radicalismos socio-políticos,
que a la larga se manifiestan inoportunos, contraproducentes y generadores ellos mismos de
nuevos atropellos. Sabe acercarse a la gente e insertarse en medio del pueblo, sin poner en
cuestión la propia identidad religiosa, ni oscurecer la "originalidad específica" de la propia
vocación que deriva del peculiar "seguimiento de Cristo", pobre, casto y obediente. Un rato
de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad,
aunque se tratase de la misma actividad apostólica. Ésta es la "contestación" más urgente
que los religiosos deben oponer a una sociedad donde la eficacia ha venido a ser un ídolo,
sobre cuyo altar no pocas veces se sacrifica hasta la misma dignidad humana» (Juan Pablo
II, Discurso a los Superiores Mayores Religiosos, 24.11.78).

530. Los laicos dirigentes de la acción pastoral no deben usar su autoridad en función de
partidos o ideologías.

5.4. Reflexión sobre la violencia política 

531. Ante la deplorable realidad de violencia en América Latina, queremos pronunciarnos
con claridad. La tortura física y sicológica, los secuestros, la persecución de disidentes
políticos o de sospechosos y la exclusión de la vida pública por causas de las ideas, son
siempre condenables. Si dichos crímenes son realizados por la autoridad encargada de
tutelar el bien común, envilecen a quienes los practican, independientemente de las razones
aducidas.

532. Con igual decisión la Iglesia rechaza la violencia terrorista y guerrillera, cruel e
incontrolable cuando se desata. De ningún modo se justifica el crimen como camino de
liberación. La violencia engendra inexorablemente nuevas formas de opresión y esclavitud,
de ordinario más graves que aquéllas de las que se pretende liberar. Pero, sobre todo, es un
atentado contra la vida que sólo depende del Creador. Debemos recalcar también que
cuando una ideología apela a la violencia, reconoce con ello su propia insuficiencia y
debilidad.

533. Nuestra responsabilidad de cristianos es promover de todas maneras los medios no
violentos para restablecer la justicia en las relaciones socio-políticas y económicas, según la
enseñanza del Concilio, que vale tanto para la vida nacional como para la vida
internacional: «No podemos dejar de alabar a aquellos que, renunciando a la violencia en la
exigencia de sus derechos, recurren a los medios de defensa que, por otra parte, están al
alcance incluso de los más débiles, con tal de que esto sea posible sin lesión de los derechos
y obligaciones de otros y de la sociedad» (GS 78).

534. «Debemos decir y reafirmar que la violencia no es ni cristiana ni evangélica y que los
cambios bruscos y violentos de las estructuras serán engañosos, ineficaces en sí mismos y
ciertamente no conformes con la dignidad del pueblo» (Pablo VI, Discurso en Bogotá, 23.8.68). En efecto, «la Iglesia es consciente de que las mejores estructuras y los sistemas
más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las inclinaciones del hombre no son
saneadas, si no hay conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven en esas
estructuras o las rigen» (EN 36).

5.5. Evangelización e ideologías 
Discernimiento sobre las ideologías en América Latina y los sistemas que en ellas se
inspiran.

535. Entre las múltiples definiciones que pueden proponerse, llamamos aquí ideología a
toda concepción que ofrezca una visión de los distintos aspectos de la vida, desde el ángulo
de un grupo determinado de la sociedad. La ideología manifiesta las aspiraciones de ese
grupo, llama a cierta solidaridad y combatividad y funda su legitimación en valores
específicos. Toda ideología es parcial, ya que ningún grupo particular puede pretender
identificar sus aspiraciones con las de la sociedad global. Una ideología será, pues, legítima
si los intereses que defiende lo son y si respeta los derechos fundamentales de los demás
grupos de la nación. En este sentido positivo, las ideologías aparecen como necesarias para
el quehacer social, en cuanto son mediaciones para la acción.

536. Las ideologías llevan en sí mismas la tendencia a absolutizar los intereses que
defienden, la visión que proponen y la estrategia que promueven. En tal caso, se
transforman en verdaderas «religiones laicas». Se presentan como «una explicación última
y suficiente de todo y se construye así un nuevo ídolo, del cual se acepta a veces, sin darse
cuenta, el carácter totalitario y obligatorio» (OA 28). En esta perspectiva no debe extrañar
que las ideologías intenten instrumentar personas e instituciones al servicio de la eficaz
consecución de sus fines. Ahí está el lado ambiguo y negativo de las ideologías.

537. Las ideologías no deben analizarse solamente desde el punto de vista de sus
contenidos conceptuales. Más allá de ellos, constituyen fenómenos vitales de dinamismo
arrollador, contagioso. Son corrientes de aspiraciones con tendencia hacia la absolutización,
dotadas también de poderosa fuerza de conquista y fervor redentor. Esto les confiere una
«mística» especial y la capacidad de penetrar los diversos ambientes de modo muchas
veces irresistible. Sus «slogans», sus expresiones típicas, sus criterios, llegan a impregnar
con facilidad aun a quienes distan de adherir voluntariamente a sus principios doctrinales.
De este modo, muchos viven y militan prácticamente dentro del marco de determinadas
ideologías sin haber tomado conciencia de ello. Es éste otro aspecto que exige constante
revisión y vigilancia. Todo esto se aplica a las ideologías que legitiman la situación actual,
como a aquellas que pretenden cambiarla.

538. Para el necesario discernimiento y juicio crítico sobre las ideologías, los cristianos
deben apoyarse en el «rico y complejo patrimonio que la Evangelii Nuntiandi denomina
Doctrina Social o Enseñanza Social de la Iglesia» (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 7:
AAS 71 p. 203).

539. Esta Doctrina o Enseñanza Social de la Iglesia expresa «lo que ella posee como
propio: una visión global del hombre y de la humanidad» (PP 13). Se deja interpelar y enriquecer por las ideologías en lo que tienen de positivo y, a su vez, las interpela,
relativiza y critica.

540. Ni el Evangelio ni la Doctrina o Enseñanza Social que de él provienen son ideologías.
Por el contrario, representan para éstas una poderosa fuente de cuestionamientos de sus
límites y ambigüedades. La originalidad siempre nueva del mensaje evangélico debe ser
permanentemente clarificada y defendida ante los intentos de ideologización.

541. La exaltación desmedida y los abusos del Estado no pueden, sin embargo, hacer
olvidar la necesidad de las funciones del Estado moderno, respetuoso de los derechos
humanos y de las libertades fundamentales. Estado que se apoye sobre una amplia base de
participación popular, ejercida a través de diversos grupos intermedios. Propulsor de un
desarrollo autónomo, acelerado y equitativo, capaz de afirmar el ser nacional ante indebidas
presiones o interferencias, tanto a nivel interno como internacional. Capaz de adoptar una
posición de activa cooperación con los esfuerzos de integración continental y en el ámbito
de la comunidad internacional. Estado, finalmente, que evite el abuso de un poder
monolítico, concentrado en manos de pocos.

En América Latina es necesario analizar diversas ideologías. 

542. a) El liberalismo capitalista, idolatría de la riqueza en su forma individual.
Reconocemos el aliento que infunde a la capacidad creadora de la libertad humana y que ha
sido impulsor del progreso. Sin embargo, «considera el lucro como motor esencial del
progreso económico; la concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad
privada de los medios de producción, como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones
sociales correspondientes» (PP 26). Los privilegios ilegítimos derivados del derecho
absoluto de propiedad, causan contrastes escandalosos y una situación de dependencia y
opresión, tanto en lo nacional como en lo internacional. Aunque es evidente que en algunos
países se ha atenuado su expresión histórica original, debido al influjo de una necesaria
legislación social y de precisas intervenciones del Estado, en otros lugares manifiesta aún
persistencia o, incluso, retroceso hacia sus formas primitivas y de menor sensibilidad
social.

543. b) El colectivismo marxista conduce igualmente -por sus presupuestos materialistas- a
una idolatría de la riqueza, pero en su forma colectiva. Aunque nacido de una positiva
crítica al fetichismo de la mercancía y al desconocimiento del valor humano del trabajo, no
logró ir a la raíz de esta idolatría que consiste en el rechazo del Dios de amor y justicia,
único Dios adorable.

544. El motor de su dialéctica es la lucha de clases. Su objetivo, la sociedad sin clases,
lograda a través de una dictadura proletaria que, en fin de cuentas, establece la dictadura del
partido. Todas sus experiencias históricas concretas como sistema de gobierno, se han
realizado dentro del marco de regímenes totalitarios cerrados a toda posibilidad de crítica y
rectificación. Algunos creen posible separar diversos aspectos del marxismo, en particular
su doctrina y su análisis. Recordamos con el Magisterio Pontificio que «sería ilusorio y
peligroso llegar a olvidar el lazo íntimo que los une radicalmente; el aceptar elementos del
análisis marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, el entrar en la práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista, dejando de percibir el tipo de sociedad
totalitaria y violenta a que conduce este proceso» (OA 34).

545. Se debe hacer notar aquí el riesgo de ideologización a que se expone la reflexión
teológica, cuando de realiza partiendo de una praxis que recurre al análisis marxista. Sus
consecuencias son la total politización de la existencia cristiana, la disolución del lenguaje
de la fe en el de las ciencias sociales y el vaciamiento de la dimensión trascendental de la
salvación cristiana.

546. Ambas ideologías señaladas -liberalismo capitalista y marxismo- se inspiran en
humanismos cerrados a toda perspectiva trascendente. Una, debido a su ateísmo práctico; la
otra, por la profesión de un ateísmo militante.

547. c) En los últimos años se afianza en nuestro continente la llamada «Doctrina de la
Seguridad Nacional», que es, de hecho, más una ideología que una doctrina. Está vinculada
a un determinado modelo económico-político, de características elitistas y verticalistas que
suprime la participación amplia del pueblo en las decisiones políticas. Pretende incluso
justificarse en ciertos países de América Latina como doctrina defensora de la civilización
occidental cristiana. Desarrolla un sistema represivo, en concordancia con su concepto de
«guerra permanente». En algunos casos expresa una clara intencionalidad de protagonismo
geopolítico.

548. Una convivencia fraterna, lo entendemos bien, necesita de un sistema de seguridad
para imponer el respeto de un orden social justo que permita a todos cumplir su misión en
relación al bien común. Éste, por tanto, exige que las medidas de seguridad estén bajo
control de un poder independiente, capaz de juzgar sobre las violaciones de la ley y de
garantizar medidas que las corrijan.

549. La Doctrina de la Seguridad Nacional entendida como ideología absoluta, no se
armonizaría con una visión cristiana del hombre en cuanto responsable de la realización de
un proyecto temporal ni del Estado, en cuanto administrador del bien común. Impone, en
efecto, la tutela del pueblo por élites de poder, militares y políticas, y conduce a una
acentuada desigualdad de participación en los resultados del desarrollo.

550. En pleno acuerdo con Medellín insistimos en que «el sistema liberal capitalista y la
tentación del sistema marxista parecieran agotar en nuestro continente las posibilidades de
transformar las estructuras económicas. Ambos sistemas atentan contra la dignidad de la
persona humana; pues uno tiene como presupuesto la primacía del capital, su poder y su
discriminatoria utilización en función del lucro; el otro, aunque ideológicamente sustenta
un humanismo, mira más bien al hombre colectivo y, en la práctica, se traduce en una
concentración totalitaria del poder del Estado. Debemos denunciar que Latinoamérica se ve
encerrada entre estas dos opciones y permanece dependiente de uno u otro de los centros de
poder que canalizan su economía» (Med. Justicia 10).

551. Ante esta realidad, «la Iglesia quiere mantenerse libre frente a los opuestos sistemas,
para optar sólo por el hombre. Cualesquiera sean las miserias o sufrimientos que aflijan al
hombre, no será a través de la violencia, de los juegos de poder, de los sistemas políticos, sino mediante la verdad sobre el hombre, como la humanidad encontrará su camino hacia
un futuro mejor» (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 3: AAS 71 p. 199). Sobre la base de
este humanismo, los cristianos obtendrán aliento para superar la porfiada alternativa y
contribuir a la construcción de una nueva civilización, justa, fraterna y abierta a lo
trascendente. Será, además, testimonio de que las esperanzas escatológicas animan y dan
sentido a las esperanzas humanas.

552. Para esta acción audaz y creativa, el cristiano fortalecerá su identidad en los valores
originales de la antropología cristiana. La Iglesia, «no necesita, pues, recurrir a sistemas e
ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre: en el centro del
mensaje del cual es depositaria y pregonera, ella encuentra inspiración para actuar en favor
de la fraternidad, de la justicia, de la paz, contra todas las dominaciones, esclavitudes,
discriminaciones, atentados a la libertad religiosa, opresiones contra el hombre y cuanto
atenta contra la vida» (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 2: AAS 71 p. 199).

553. Inspirándose en estos contenidos de la antropología cristiana, es indispensable el
compromiso de los cristianos en la elaboración de proyectos históricos conformes a las
necesidades de cada momento y de cada cultura.

554. Atención y discernimiento especiales debe merecer al cristiano su eventual
compromiso en movimientos históricos nacidos de diversas ideologías que, por otra parte,
son distintos de ellas. Según la doctrina de Pacem in Terris (nn. 55 y 152) retomada en
Octogesima Adveniens, no se puede identificar las teorías filosóficas falsas con los
movimientos históricos originados en ellas, en la medida en que estos movimientos
históricos pueden ser influenciados en su evolución. El compromiso de los cristiano en
estos movimientos en todo caso, les plantea ciertas exigencias de fidelidad perseverante que
facilitarán su papel evangelizador:

555. a) Discernimiento eclesial, en comunión con los Pastores, según Octogesima
Adveniens 4.

556. b) Fortalecimiento de su identidad, nutriéndola en las verdades de la fe y su
explicitación en la Doctrina o Enseñanza Social de la Iglesia y el soporte de una rica vida
sacramental y de oración.

557. c) Conciencia crítica de las dificultades, limitaciones, posibilidades y valores de estas
convergencias.

5.6. Riesgos de instrumentalizacion de la Iglesia y de la actuación de sus ministros 

558. Las ideologías y los partidos, al proponer una visión absolutizada del hombre a la que
someten todo, incluso el mismo pensamiento humano, tratan de utilizar a la Iglesia o de
quitarle su legítima independencia. Esta instrumentalización, que es siempre un riesgo en la
vida política, puede provenir de los propios cristianos y aun de sacerdotes y religiosos,
cuando anuncian un Evangelio sin incidencias económicas, sociales, culturales y políticas.
En la práctica, esta mutilación equivale a cierta colusión -aunque inconsciente- con el orden
establecido.

559. La tentación de otros grupos, por el contrario, es considerar una política determinada
como la primera urgencia, como una condición previa para que la Iglesia pueda cumplir su
misión. Es identificar el mensaje cristiano con una ideología y someterlo a ella, invitando a
una «relectura» del Evangelio a partir de una opción política (154). Ahora bien, es preciso
leer lo político a partir del Evangelio y no al contrario.

560. El integrismo tradicional espera el Reino, ante todo, del retroceso de la historia hacia
la reconstrucción de una cristiandad en el sentido medieval: alianza estrecha entre el poder
civil y el poder eclesiástico.

561. La radicalización de grupos opuestos cae en la misma trampa, esperando el Reino de
una alianza estratégica de la Iglesia con el marxismo, excluyendo cualquiera otra
alternativa. No se trata para ellos solamente de ser marxista (155), sino de ser marxista en
nombre de la fe.

5.7. Conclusión 

562. La misión de la Iglesia en medio de los conflictos que amenazan al género humano y
al continente latinoamericano, frente a los atropellos contra la justicia y la libertad, frente a
la injusticia institucionalizada de regímenes que se inspiran en ideologías opuestas y frente
a la violencia terrorista, es inmensa y más que nunca necesaria. Para cumplir esta misión, se
requiere la acción de la Iglesia toda -pastores, ministros consagrados, religiosos, laicos-,
cada cual en su misión propia. Unos y otros, unidos a Cristo en la oración y en la
abnegación, se comprometerán, sin odios ni violencias, hasta las últimas consecuencias, en
el logro de una sociedad más justa, libre y pacífica, anhelo de los pueblos de América
Latina y fruto indispensable de una evangelización liberadora.

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