Capítulo II
AGENTES DE COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN
Con ellos queremos reflexionar y tomar nuevo aliento y nuevas opciones para llevar a cabo
nuestra tarea pastoral.
658. Somos responsables de esta difícil pero honrosa misión de evangelizar a todas las
personas y todos los ambientes.
Nos referimos a los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos comprometidos y
comenzamos por nosotros mismos, los obispos.
CONTENIDO:
1. Ministerio jerárquico.
2. Vida consagrada.
3. Laicos.
4. Pastoral vocacional. 1. Ministerio jerárquico
659. El Ministerio jerárquico, signo sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es
el principal responsable de la edificación de la Iglesia en la comunión y de la dinamización
de su acción evangelizadora.
1.1. Introducción
660. Ha sido muy activa en estos años la reflexión teológica sobre la identidad sacerdotal,
urgida por crisis y desajustes que la golpearon con cierta fuerza. Hace falta, entonces, y
para ello invitamos a teólogos y pastoralistas, profundizar en una campo tan importante,
según las directrices del magisterio, en particular del Concilio Vaticano II, Medellín,
Sínodo de Obispos de 1971 y el Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos. Una
visión de síntesis, en la que aparezca la convergencia de elementos, a veces presentados
como contrapuestos, cobra gran interés.
661. El Sacerdocio, en virtud de su participación sacramental con Cristo, Cabeza de la
Iglesia, es, por la Palabra y la Eucaristía, servicio de la Unidad de la Comunidad (165). El
Ministerio de la comunidad implica la participación en el poder o autoridad que Cristo
comunica mediante la ordenación y que constituye al Sacerdote en la triple dimensión del
ministerio de Cristo Profeta, Liturgo y Rey, en alguien que actúa en su nombre, al servicio
de la Comunidad.
662. El ser y el obrar del sacerdote, en la identidad de su servicio, está referido a la
Eucaristía, raíz y quicio de toda comunidad (166), centro de la vida sacramental, hacia la
cual lleva la Palabra. Por eso, se puede decir que donde hay Eucaristía hay Iglesia. Como
ésta es servida por el Obispo, en unión con el Presbiterio, es igualmente cierto decir «donde
esté el Obispo está la Iglesia».
663. En virtud de la fraternidad sacramental, la plena unidad entre los Ministros de la
Comunidad es ya un hecho evangelizador, cuya exigencia es recordada por el Papa en su
Discurso inaugural (167). De aquí deriva la misma unidad pastoral.
1.2. Situación
664. De acuerdo con las necesidades de los tiempos, se advierte un cambio en la mentalidad
y actitud de los ministros jerárquicos, y, consiguientemente, en su imagen.
665. Se va tomando conciencia más profunda del carácter evangelizador y misionero de la
tarea pastoral.
666. La forma de vida de muchos pastores ha crecido en sencillez y pobreza, en mutuo
afecto y comprensión, en acercamiento al pueblo, en apertura al diálogo y en
corresponsabilidad.
667. Se ha afianzado la comunión eclesial, tanto de los Obispos con el Santo Padre, como
de los Obispos entre sí; igualmente la de los presbíteros y religiosos con el Obispo y entre
las diversas familias eclesiales. Especial reconocimiento merecen las Iglesias particulares
de diversos países que, no sólo incrementan nuestra labor evangelizadora con el envío de presbíteros, religiosos y demás agentes de evangelización, sino que también contribuyen
generosamente con su comunicación cristiana de bienes.
668. Es admirable y alentador comprobar el espíritu de sacrificio y abnegación con que
muchos pastores ejercen su ministerio en servicio del Evangelio, sea en la predicación, sea
en la celebración de los sacramentos o en defensa de la dignidad humana, afrontando la
soledad, el aislamiento, la incomprensión y, a veces, la persecución y la muerte (168).
669. Se nota casi en todos los ministros un creciente interés de actualización no sólo
intelectual, sino espiritual y pastoral y un deseo de aprovechamiento de todos los medios
que la favorecen.
670. Se advierte una mayor clarificación con respecto a la identidad sacerdotal que ha
conducido a una nueva afirmación de la vida espiritual del ministerio jerárquico y a un
servicio preferencial a los pobres.
671. Los pastores han contribuido sensiblemente a una mayor toma de conciencia en la
acción de los laicos, tanto en su vocación específica secular, como en una participación más
responsable en la vida de la Iglesia, inclusive mediante los diversos ministerios.
672. Fenómeno estimulante es el de los diáconos permanentes con su variado ministerio,
especialmente en parroquias rurales y campesinas, sin olvidar las Comunidades Eclesiales
de Base y otros grupos de fieles. Con todo, se hace necesaria una profundización teológica
sobre la figura del diácono para lograr una mayor aceptación de su ministerio.
Dentro de este programa alentador, también aparecen aspectos negativos. Proponemos
algunos:
673. a) Falta unidad en los criterios básicos de pastoral, con las consiguientes «tensiones»
de la obediencia y serias repercusiones en «pastoral de conjunto».
674. b) A pesar del reciente aumento de vocaciones, hay una preocupante escasez de
ministros, debida -entre otras causas- a una deficiente conciencia misionera.
675. c) La distribución del clero, a nivel continental, es inadecuada y se ve agravada, en
algunos casos, porque los sacerdotes cumplen tareas supletorias.
676. d) Falta suficiente actualización pastoral, espiritual y doctrinal; eso produce
inseguridad entre los avances teológicos y ante doctrinas erróneas, provoca un sentimiento
de frustración pastoral y aun ciertas crisis de identidad.
677. e) A veces la insuficiente sustentación y la falta de una modesta previsión social de los
presbíteros, provoca la búsqueda de trabajos remunerados, en detrimento de su ministerio.
678. f) Falta en algunas ocasiones la oportuna intervención magisterial y profética de los
Obispos, así como también una mayor coherencia colegial. 1.3. Iluminación teológico-pastoral
679. El gran ministerio o servicio que la Iglesia presta al mundo y a los hombres en él es la
evangelización (ofrecida con hechos y palabras) (169), la Buena Nueva de que el Reino de
Dios, reino de justicia y de paz, llega a los hombres en Jesucristo.
680. Desde el principio hubo en la Iglesia diversidad de ministerios, en orden a la
evangelización. Los escritos del Nuevo Testamento muestran la vitalidad de la Iglesia que
se expresó en múltiples servicios. Así San Pablo menciona, entre otros, los siguientes: la
profecía, la diaconía, la enseñanza, la exhortación, el dar limosna, el presidir, el ejercer la
misericordia (170); y en otros contextos habla de ministerios como las palabras de la
sabiduría, el discernimiento de espíritus y algunos otros (171). Igualmente en otros escritos
del Nuevo Testamento se describen varios ministerios.
681. «El ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por
aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose Obispos, presbíteros y diáconos» (LG
28). Constituyen el ministerio jerárquico y se reciben mediante la «imposición de las
manos», en el Sacramento del Orden. Como lo enseña el Vaticano II, por el Sacramento del
Orden -Episcopal y presbiteral- se confiere un sacerdocio ministerial, esencialmente
distinto del sacerdocio común del que participan todos los fieles por el Sacramento del
Bautismo (172); quienes reciben el ministerio jerárquico quedan constituidos, «según sus
funciones», «pastores» en la Iglesia. Como el Buen Pastor (173), van delante de las ovejas;
dan la vida por ellas para que tengan vida y la tengan en abundancia; las conocen y son
conocidos por ellas.
682. «Ir delante de las ovejas» significa estar atentos a los caminos por los que los fieles
transitan, a fin de que, unidos por el Espíritu, den testimonio de la vida, los sufrimientos, la
Muerte y la Resurrección de Jesucristo, quien, pobre entre los pobres, anunció que todos
somos hijos de un mismo Padre y, por consiguiente, hermanos.
683. «Dar la vida» señala la medida del «ministerio jerárquico» y es la prueba del mayor
amor; así lo vive Pablo, que muere todos los días (174) en el cumplimiento de su
ministerio.
684. «Conocer a las ovejas y ser conocidos por ellas» no se limita a saber de las
necesidades de los fieles. Conocer es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a
ser servido sino a servir (175).
685. Renovamos nuestra adhesión a todas las enseñanzas que sobre los Pastores nos han
dado el Concilio Vaticano II, el Sínodo Episcopal de 1971, Medellín y el Directorio de los
Obispos. Proponemos ahora, por creerlas especialmente útiles para la Evangelización en el
presente y en el futuro de América Latina, alguna «reflexiones» sobre el Ministerio de los
Obispos, de los Presbíteros y de los Diáconos.
686. El Obispo como miembro del Colegio Episcopal presidido por el Papa, es sucesor de
los Apóstoles y -por su participación plena del sacerdocio de Cristo- es signo visible y
eficaz del mismo Cristo, de quien hace las veces como Maestro, Pastor y Pontífice (176). Esta triple e inseparable función está al servicio de la unidad de su Iglesia particular y crea
exigencias de carácter espiritual y pastoral que hoy merecen acentuarse.
687. El Obispo es maestro de la verdad (177). En una Iglesia totalmente al servicio de la
Palabra, es el primer evangelizador, el primer catequista; ninguna otra tarea lo puede eximir
de esta misión sagrada. Medita religiosamente la Palabra, se actualiza doctrinalmente,
predica personalmente al pueblo; vela porque su comunidad avance continuamente en el
conocimiento y práctica de la Palabra de Dios, alentando y guiando a todos los que enseñan
en la Iglesia (a fin de evitar «magisterios paralelos» de personas o grupos), y promoviendo
la colaboración de los teólogos que ejercitan su carisma específico dentro de la Iglesia,
desde la metodología propia de la teología, para lo cual busca la actualización teológica a
fin de poder discernir la Verdad y mantiene una actitud de diálogo con ellos. Todo esto en
comunión con el Papa y con sus hermanos Obispos, especialmente los de su propia
Conferencia Episcopal.
688. El Obispo es signo y constructor de la unidad (178). Hace de su autoridad,
evangélicamente ejercida, un servicio a la unidad; promueve la misión de toda la
comunidad diocesana; fomenta la participación y corresponsabilidad a diferentes niveles;
infunde confianza en sus colaboradores (especialmente los presbíteros, para quienes debe
ser padre, hermano y amigo) (179); crea en la diócesis un clima tal de comunión eclesial
orgánica y espiritual que permita a todos los religiosos y religiosas vivir su pertenencia
peculiar a la familia diocesana; discierne y valora la multiplicidad y variedad de los
carismas derramados en los miembros de su Iglesia, de modo que concurran eficazmente
integrados, al crecimiento y vitalidad de la misma; está presente en las principales
circunstancias de la vida de su Iglesia particular.
689. El Obispo es Pontífice y santificador. Ejerce personalmente su función de presidente y
promotor de la liturgia; apoyado en su propio testimonio promueve la santidad de todos los
fieles como primer medio de evangelización (180); busca en la gracia propia del
sacramento del Orden el fundamento para un constante cultivo de la vida espiritual que, en
el amor personal a Cristo, impulse su amor a la Iglesia y su entrega al pastoreo generoso de
las ovejas; se ocupa de la vida espiritual de sus presbíteros y religiosos; hace de su vida
gozosa, austera, sencilla y lo más cercana posible de su pueblo, un testimonio de Cristo
Pastor y un medio de diálogo con todos los hombres.
690. Los presbíteros, por el sacramento del Orden, quedan constituidos en los
colaboradores principales de los Obispos para su triple ministerio; hacen presente a CristoCabeza en medio de la comunidad (181); forman, junto con su Obispo y unidos en una
íntima fraternidad sacramental, un solo presbiterio dedicado a variadas tareas para servicio
de la Iglesia y del mundo (182). Estas realidades hacen de ellos «piezas centrales de la tarea
eclesial» (Juan Pablo II, Alocución Sacerdotes 1: AAS 71 p. 179).
691. Por ser inseparables de los Obispos, los rasgos de espiritualidad pastoral antes
descritos se aplican también el presbítero. En la actual situación de la Iglesia en América
Latina se ve prioritario lo siguiente: 692. El presbítero anuncia el Reino de Dios que se inicia en este mundo y tendrá su
plenitud cuando Cristo venga al final de los tiempos. Por el servicio de ese Reino, abandona
todo para seguir a su Señor. Signo de esa entrega radical es el celibato ministerial, don de
Cristo mismo y garantía de una dedicación generosa y libre al servicio de los hombres.
693. El presbítero es un hombre de Dios. Sólo puede ser profeta en la medida en que haya
hecho la experiencia del Dios vivo. Sólo esta experiencia lo hará portador de una Palabra
poderosa para transformar la vida personal y social de los hombres de acuerdo con el
designio del Padre.
694. La oración en todas sus formas -y de manera especial la Liturgia de la Horas que le
confía la Iglesia- ayudará a mantener esa experiencia de Dios que deberá compartir con sus
hermanos.
695. Como el Obispo y en comunión con él, el presbítero evangeliza, celebra el Santo
Sacrificio y sirve a la unidad.
696. Como Pastor que se empeña en la liberación integral de los pobres y de los oprimidos,
obra siempre con criterios evangélicos (183). Cree en la fuerza del Espíritu para no caer en
la tentación de hacerse líder político, dirigente social o funcionario de un poder temporal:
esto le impedirá «ser signo y factor de unidad y de fraternidad» (Juan Pablo II, Alocución
Sacerdotes 8: AAS 71 p. 182).
697. El diácono, colaborador del Obispo y del presbítero, recibe una gracia sacramental
propia. El carisma del diácono, signo sacramental de «Cristo Siervo», tiene gran eficacia
para la realización de una Iglesia servidora y pobre que ejerce su función misionera en
orden a la liberación integral del hombre.
698. La misión y función del diácono no se han de medir con criterios meramente
pragmáticos, por estas o aquellas acciones que pudieran ser ejercidas por ministros no
ordenados (184) o por cualquier bautizado; ni tampoco sólo como una solución a la escasez
numérica de presbíteros (185) que afecta a América Latina. Su conveniencia se desprende
de una contribución eficaz a que la Iglesia cumpla mejor su misión salvífica (186) por
medio de una más adecuada atención a la tarea evangelizadora.
699. La implantación del diaconado permanente, pedida ya a la Santa Sede por la mayoría
de nuestras Conferencias Episcopales, deberá hacerse buscando «lo nuevo y lo viejo». No
se trata simplemente de restaurar el diaconado primitivo, sino de profundizar en la
Tradición de la Iglesia universal y en las realidades particulares de nuestro Continente,
buscando mediante esta doble atención (187) una fidelidad al patrimonio eclesial y una
sana creatividad pastoral con proyección evangelizadora.
700. La espiritualidad ministerial común a todos los miembros de la Jerarquía debe
centrarse en la Eucaristía y estar marcada por una auténtica devoción a la Santísima Virgen
María, tan arraigada en el pueblo a quien evangelizamos y garantía de una permanente
fidelidad, característica clave del evangelizador (188). 1.4. Orientaciones pastorales
Obispos
Nos comprometemos a:
701. Cumplir siempre con gozo, intrepidez y humildad el ministerio evangelizador como
tarea prioritaria del oficio episcopal en el camino abierto e iluminado por los insignes
pastores y misioneros del continente.
702. Asumir la colegialidad episcopal en todas sus dimensiones y consecuencias, a nivel
regional y universal.
703. Promover a toda costa la unidad de la Iglesia particular, con discernimiento del
Espíritu para no extinguir ni uniformar la riqueza de carismas y dar especial importancia a
la promoción de la pastoral orgánica y a la animación de las comunidades.
704. Dar a los consejos presbiterales y pastorales y a otros organismos pastorales la
consistencia y funcionalidad requeridas por el crecimiento espiritual y pastoral de los
presbíteros.
705. Buscar formas de agrupación de los presbíteros situados en regiones lejanas, a fin de
evitar su aislamiento y favorecer una mayor eficacia pastoral. Se recomienda tener en
cuenta, en forma especial, a los «Capellanes castrenses» a fin de que, en los lugares donde
presten su ministerio sacerdotal, se integren pastoralmente al presbiterio diocesano.
706. Empeñarnos, por exigencia evangélica y de acuerdo con nuestra misión, en promover
la justicia y en defender la dignidad y los derechos de la persona humana (189).
707. En total fidelidad al Evangelio y sin perder de vista nuestro carisma de signo de
unidad y pastor, hacer comprender por nuestra vida y actitudes, nuestra preferencia por
evangelizar y servir a los pobres.
708. Prestar atención preferencial al Seminario, dada su importancia en la formación de los
presbíteros de quienes depende, en gran parte, «la deseada renovación de toda la Iglesia»
(OT proemio), darles los mejores sacerdotes adecuadamente capacitados; buscar por todos
los medios un mejor conocimiento de los formadores y de los alumnos y un mayor contacto
con ellos.
709. Buscar eficazmente la solución a la situación económica, difícil de los presbíteros,
mediante una remuneración y previsión social adecuadas; acudiendo, si fuera necesario, a
iniciativas de carácter supradiocesano, nacional o internacional, en el espíritu de la
comunicación cristiana de bienes.
710. Estudiar objetivamente el fenómeno del abandono del ministerio presbiteral con sus
causas e incidencias en la vida de la Iglesia, teniendo presente el criterio trazado por el
Sínodo de 1971, que pide que desde el punto de vista pastoral sean tratados «equitativa y fraternalmente» y puedan colaborar en el servicio de la Iglesia, aunque «no sean admitidos
al ejercicio de actividades sacerdotales» (El Sacerdocio Ministerial, II 4, d).
Presbíteros
711. Den los presbíteros prioridad en su ministerio al anuncio del Evangelio a todos, pero
muy especialmente a los más necesitados (obreros, campesinos, indígenas, marginados,
grupos afro-americanos), integrando la promoción y defensa de su dignidad humana.
712. Renuévese la vitalidad misionera en los sacerdotes y fórmeseles en una actitud de
generosa disponibilidad, para que pueda darse una respuesta eficaz a la desigual
distribución del clero actualmente existente.
713. Den prioridad al trabajo evangelizador en la familia y la juventud y a la promoción de
las vocaciones sacerdotales y religiosas.
714. Comprométanse en la incorporación del laicado y de las religiosas en la acción
pastoral cada vez con más activa participación, dándoles el debido acompañamiento
espiritual y doctrinal.
Diáconos permanentes
715. Que el diácono se inserte plenamente en la comunidad a la que sirve y promueva
continuamente la comunión de la misma con el presbítero y el Obispo. Además, respete y
fomente los ministerios ejercidos por laicos.
716. Tenga la comunidad un papel importante en la cuidadosa selección de los candidatos
al diaconado. Que exista la formación adecuada y continua del mismo y una debida
preparación de su propia familia, de la comunidad que lo acoge, del presbiterio y de los
laicos.
717. Prevéase la justa remuneración de los diáconos permanentes, dedicados
completamente al ministerio pastoral.
718. Promuévase estudios para profundizar los aspectos teológicos, canónicos y pastorales
del diaconado permanente y procúrese la adecuada divulgación de tales estudios.
Formación permanente
719. La gracia recibida en la ordenación, que ha de reavivarse continuamente (190), y la
misión evangelizadora exigen de los ministros jerárquicos una seria y continua formación,
que no puede reducirse a lo intelectual sino que se extenderá a todos los aspectos de su
vida.
720. Objeto de esta formación, que tendrá en cuenta la edad y las condiciones de las
personas, ha de ser: capacitar a los ministros jerárquicos para que, de acuerdo con las
exigencias de su vocación y misión y la realidad latinoamericana, vivan personal y comunitariamente un continuo proceso que los haga pastoralmente competentes para el
ejercicio del ministerio.
2. Vida consagrada
721. La vida consagrada es en sí misma evangelizadora en orden a la comunión y
participación en América Latina.
2.1. Tendencias de la Vida Consagrada en América Latina
722. Es un motivo de gozo para nosotros los Obispos verificar la presencia y el dinamismo
de tantas personas consagradas que en América Latina dedican su vida a la misión
evangelizadora como lo hicieron ya en el pasado. Podemos decir con Pablo VI: «se les
encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes
riesgos para su santidad y su propia vida. Sí, en verdad la Iglesia les debe muchísimo» (EN
69). Esto nos mueve a promover y acompañar la vida consagrada según sus notas
características (191).
723. De toda la experiencia de Vida Religiosa en América Latina queremos recoger sólo las
tendencias más significativas y renovadoras que el Espíritu suscita en la Iglesia, así como
señalar algunas de las dificultades que manifiesta la crisis en los últimos años.
724. Si bien nos referimos directamente a la vida religiosa, queremos decir a los Institutos
seculares y a otras formas de Vida Consagrada que aquí encuentran muchas ideas y
experiencias que también les pertenecen (192). La Iglesia de América Latina estima su
estilo de consagración a Dios y su «secularidad» como medio especialmente valioso para
llevar la presencia y el mensaje de Cristo a toda clase de ambientes humanos.
725. El conjunto de la Vida Religiosa constituye el modo específico de evangelizar propio
del religioso. Por eso, al señalar estos aspectos, recogemos el aporte de los religiosos a la
Evangelización. Descubrimos especialmente las siguientes tendencias:
a) Experiencia de Dios
726. Hay ciertos signos que expresan un deseo de interiorización y de profundización en la
vivencia de la fe al comprobar que, sin el contacto con el Señor, no se da una
Evangelización convincente y perseverante.
727. Se intenta que la oración llegue a convertirse en actitud de vida, de modo que oración
y vida se enriquezcan mutuamente: oración que conduzca a comprometerse en la vida real,
y vivencia de la realidad que exija momentos fuertes de oración. Además de buscar la
oración íntima, se tiende de modo especial a la oración comunitaria, con comunicación de
la experiencia de fe, con discernimiento sobre la realidad, orando juntamente con el pueblo.
728. Oración que ha de ser visible y estimulante. También se está encontrando de nuevo el
sentido de la gran tradición de la Iglesia de orar con salmos y textos litúrgicos, sobre todo
en la Eucaristía participada. Lo mismo sucede con otras devociones tradicionales como el
Rosario. 729. Hay que reconocer que algunos religiosos no han logrado la integración entre vida y
oración, especialmente si están absorbidos por la actividad, si en la inserción faltan
espacios de intimidad o si viven una falsa espiritualidad.
b) Comunidad fraterna
730. Se busca poner énfasis en las relaciones fraternas: interpersonales en que se valora la
amistad, la sinceridad, la madurez, como base humana indispensable para la convivencia;
con dimensión de fe, pues es el Señor quien llama; con un estilo de vida más sencillo y
acogedor; con diálogo y participación.
731. Se dan diversos estilos de vida comunitaria. Para ciertas obras y de acuerdo con los
diversos carismas fundacionales, existen comunidades numerosas. También surgen
«pequeñas comunidades» que nacen generalmente del deseo de insertarse en barrios
modestos o en el campo, o de una misión evangelizadora particular. La experiencia muestra
que estas pequeñas comunidades deben asegurar ciertas condiciones para tener éxito:
motivación evangélica, comunicación personal, oración comunitaria, trabajo apostólico,
evaluaciones, integración en el Instituto y la Diócesis a través del servicio indispensable de
la autoridad.
732. Se experimentan hoy especiales dificultades por la cercanía personal y la diversidad de
mentalidades, cuando disminuye el sentido de fe o cuando no se respeta el debido
pluralismo.
c) Opción preferencial por los pobres
733. La apertura pastoral de las obras y la opción preferencial por los pobres es la tendencia
más notable de la vida religiosa latinoamericana. De hecho, cada vez más, los religiosos se
encuentran en zonas marginadas y difíciles, en misiones entre indígenas, en labor callada y
humilde. Esta opción no supone exclusión de nadie, pero sí una preferencia y un
acercamiento al pobre.
734. Esto ha llevado a la revisión de obras tradicionales para responder mejor a las
exigencias de la evangelización. Así mismo ha puesto en una luz más clara su relación con
la pobreza de los marginados, que ya no supone sólo el desprendimiento interior y la
austeridad comunitaria, sino también el solidarizarse, compartir y en -algunos casos-
convivir con el pobre.
735. Con todo, esta opción trae efectos negativos cuando falta la preparación adecuada, el
apoyo comunitario, la madurez personal o la motivación evangélica. En no pocas
ocasiones, esta opción ha supuesto correr el riesgo de ser mal interpretado.
d) Inserción en la vida de la Iglesia particular
736. Se comprueba un volver a descubrir y una vivencia del misterio de la Iglesia
particular; un creciente deseo de participación, con el aporte de la riqueza del propio carisma vocacional. Esto conduce a mayor integración en la pastoral de conjunto y a mayor
participación en los organismos y obras diocesanas o supradiocesanas.
737. Sin embargo, se dan tensiones. A veces dentro de las comunidades; a veces, entre éstas
y los Obispos. Puede perderse de vista la misión pastoral del Obispo o el carisma propio del
Instituto; puede faltar el diálogo y el discernimiento conjunto, cuando se trata de revisar
obras o de cambio personal al servicio de la Diócesis. Nos preocupa el abandono inconsulto
de obras que tradicionalmente han estado en manos de comunidades religiosas, como
colegios, hospitales, etc.
738. Las comunidades contemplativas constituyen como el corazón de la vida religiosa.
Animan y estimulan a todos a intensificar el sentido trascendente de la vida cristiana. Son
también ellas mismas evangelizadoras, pues «el ser contemplativa no supone cortar
radicalmente con el mundo, con el apostolado. La contemplativa tiene que encontrar su
modo específico de extender el Reino de Dios» (Juan Pablo II, Alocución a las Religiosas
de Guadalajara 2: AAS 71 p. 226).
2.2. Criterios
a) El designio de Dios
739. La Vida Consagrada, arraigada desde antiguo en los pueblos de América Latina, es un
don que el Espíritu concede sin cesar a su Iglesia como «un medio privilegiado de
evangelización eficaz» (EN 69).
740. El Padre, al proponerse liberar nuestra historia del pecado, germen de indignidad y
muerte, elige en su Hijo, mediante el Espíritu, a mujeres y hombres bautizados para un
seguimiento radical de Jesucristo dentro de la Iglesia.
741. Y como la Iglesia universal se realiza en las Iglesias particulares (193), en éstas se
hace concreta para la Vida Consagrada la relación de comunidad vital y de compromiso
eclesial evangelizador. Con ellas, los consagrados comparten las fatigas, los sufrimientos,
las alegrías y esperanzas de la construcción del Reino y en ellas vuelcan las riquezas de sus
carismas particulares, como don del Espíritu evangelizador. En las Iglesias particulares
encuentran a sus hermanos presididos por el Obispo, a quien «compete el ministerio de
discernir y armonizar» (MR 6).
b) Llamados al seguimiento radical de Cristo
742. Llamados por el Señor (194), se comprometen a seguirlo radicalmente, identificándose
con Él «desde las bienaventuranzas», como lo ha señalado el Papa: «no olvidéis nunca que
para mantener un concepto claro del valor de vuestra vida consagrada necesitaréis una
profunda visión de fe que se alimenta y mantiene con la oración (195). La misma que os
hará superar toda incertidumbre acerca de vuestra identidad propia, que os mantendrá fieles
a esa dimensión vertical que os es esencial para identificaros con Cristo desde las
Bienaventuranzas y ser testigos auténticos del Reino de Dios para los hombres del mundo
actual» (Juan Pablo II, Alocución a las Religiosas 4: AAS 71 p. 178). 743. Por su consagración aceptan gozosamente, desde la comunión con el Padre, el misterio
del anonadamiento y de la exaltación pascual (196). Negándose, pues, radicalmente a sí
mismos, aceptan como propia la cruz del Señor (197), cargada sobre ellos y acompañan a
los que sufren por la injusticia, por la carencia del sentido profundo de la existencia humana
y por el hambre de paz, verdad y vida. De este modo, compartiendo su muerte, resucitan
gozosamente con ellos a la novedad de vida y, haciéndose todo para todos, tienen como
privilegiados a los pobres, predilectos del Señor.
744. Son especialmente llamados a vivir en comunión intensa con el Padre, quien los llena
de su Espíritu, urgiéndolos a construir la comunión siempre renovada entre los hombres. La
Vida Consagrada es, así, una afirmación profética del valor supremo de la comunión con
Dios entre los hombres (cf. ET 53) y un «eximio testimonio de que el mundo no puede ser
transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas» (LG 31).
745. Teniendo a María como modelo de consagración y como intercesora, los consagrados
encarnarán la Palabra en su vida, y, como Ella y con Ella, la ofrecerán a los hombres en una
continua evangelización.
746. Su consagración radical a Dios amado sobre todas las cosas y por consiguiente al
servicio de los hombres, se expresa y realiza por los consejos Evangélicos, asumidos
mediante votos u otros vínculos sagrados que los «unen especialmente con la Iglesia y con
su misterio» (LG 44).
747. Así, viviendo pobremente como el Señor y sabiendo que el único Absoluto es Dios,
comparten sus bienes; anuncian la gratuidad de Dios y de sus dones; inauguran, de esta
manera, la nueva justicia y proclaman «de un modo especial, la elevación del Reino de
Dios sobre todo lo terreno y sus exigencias supremas» (LG 44); con su testimonio son una
denuncia evangélica de quienes sirven al dinero y al poder, reservándose egoístamente para
sí los bienes que Dios otorga al hombre para beneficio de toda la comunidad.
748. Su obediencia consagrada, vivida con abnegación y fortaleza «como sacrificio de sí
mismos» (PC 14) será expresión de comunión con la voluntad salvífica de Dios y denuncia
de todo proyecto histórico que apartándose del plan divino, no haga crecer al hombre en su
dignidad de hijo de Dios.
749. En un mundo en que el amor está siendo vaciado de su plenitud, donde la desunión
acrecienta distancias por doquier y el placer se erige como ídolo, los que pertenecen a Dios
en Cristo por la castidad consagrada serán testimonio de la alianza liberadora de Dios con
el hombre y, en el seno de su Iglesia particular, serán presencia del amor con el que «Cristo
amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella» (Ef 5,25). Serán, finalmente, para todos
un signo luminoso de la liberación escatológica vivida en la entrega a Dios y a la nueva y
universal solidaridad con los hombres.
750. De este modo, «este testimonio silencioso de pobreza y de desprendimiento, de pureza
y de transparencia, de abandono en la obediencia puede ser a la vez que una interpelación al
mundo y a la Iglesia misma, una predicación elocuente, capaz de tocar incluso a los no
cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores» (EN 69). 751. En una vida de continua oración son llamados a mostrar a sus hermanos el valor
supremo y la eficacia apostólica de la unión con el Padre (198).
752. La comunión fraterna vivida con todas sus exigencias, a la que están convocados los
consagrados, es el signo del amor transformador que el Espíritu infunde en sus corazones,
más fuerte que los lazos de la carne y de la sangre.
753. Personas diversas, a veces de distinta nacionalidad, participan de la misma vida y
misión, en íntima fraternidad. Se esfuerzan de este modo, por su testimonio elocuente de la
vida de Dios Trino en su Iglesia, de la misma comunión eclesial y actúan como fermento de
comunión entre los hombres y de co-participación en los bienes de Dios.
754. Si todos los bautizados han sido llamados a participar de la misión de Cristo, a abrirse
a sus hermanos y a trabajar por la unidad (199), dentro y fuera de la comunidad eclesial,
mucho más aún los que Dios ha consagrado para sí. Éstos son invitados a vivir el
mandamiento nuevo en una donación gratuita a todos los hombres «con un amor que no es
partidista, que a nadie excluye, aunque se dirija con preferencia al más pobre» (Juan Pablo
II, Alocución Sacerdotes 7: AAS 71 p. 181).
755. Surgen así los servicios suscitados por el Espíritu, como expresión salvífica de
Jesucristo (200) que, aunque realizados individualmente, son asumidos por toda la
comunidad. Urgidos por el amor de Cristo, son fermento de conciencia misionera dentro de
la comunidad eclesial, al mostrarse disponibles para ser enviados a lugares y situaciones
donde la Iglesia necesite una mayor y generosa ayuda (201).
756. La riqueza del Espíritu se manifiesta en los carismas de los fundadores que brotan en
su Iglesia a través de todos los tiempos, como expresión de la fuerza de su amor que
responde solícitamente a las necesidades de los hombres (cf. LG 46).
757. La fidelidad al propio carisma es, pues, una forma concreta de obediencia a la gracia
salvadora de Cristo y de santificación con Él para redimir a sus hermanos, ya sea desde la
perspectiva del área educacional, del servicio de la salud o social, del ministerio parroquial,
o desde la perspectiva de la cultura, el arte, etc. De este modo se hace presente el Espíritu
Santo que evangeliza a los hombres con su multiforme riqueza.
2.3. Opciones hacia una vida consagrada más evangelizadora
758. Orientados por las enseñanzas de las Exhortaciones Apostólicas Evangelii Nuntiandi,
Evangelica Testificatio y por el Documento Mutuae Relationes, nos comprometemos a
colaborar con los Superiores Mayores para llevar a cabo las siguientes opciones:
a) Consagración más profunda
759. Acrecentar por los medios más convenientes la vivencia de la consagración total y
radical a Dios, que comporta dos aspectos inseparables y complementarios: entrega y
reserva a Dios generosa y total y su servicio a la Iglesia y a todos los hombres. 760. Favorecer la actitud de oración y contemplación que nace de la Palabra del Señor,
escuchada y vivida en las circunstancias concretas de nuestra historia.
761. Valorar el testimonio evangelizador de la Vida consagrada como expresión vital de los
valores evangélicos anunciados en las Bienaventuranzas.
762. Revitalizar la vida consagrada mediante la fidelidad al propio carisma y al espíritu de
los Fundadores, respondiendo a las nuevas necesidades del Pueblo de Dios.
763. Alentar una selección vocacional que permita la decisión plena y consciente y capacite
para un servicio evangelizador adecuado en el presente y futuro de América Latina.
Favorecer, para ello, una seria formación inicial y permanente, adaptada a las
circunstancias peculiares y cambiantes de nuestra realidad.
b) Consagración como expresión de comunión
764. Acrecentar la fraternidad en las comunidades, en su interior, favoreciendo las
relaciones interpersonales que permitan la integración y conduzcan a mayor comunión y
mejor colaboración en la misión. Estimular la apertura a relaciones intercongregacionales
en las que, respetando el pluralismo de carismas particulares y las disposiciones de la Santa
Sede, crezca la unidad.
765. Crear en la diócesis un clima tal de comunión eclesial orgánica y espiritual alrededor
del Obispo que permita a las comunidades religiosas vivir su pertenencia peculiar a la
familia diocesana y, de manera especial, lleve a los religiosos presbíteros a descubrir que
son cooperadores del orden episcopal y, en cierto modo, pertenecen al clero de la diócesis
(202). Para ello estudiar conjuntamente los documentos eclesiales, particularmente el de
«Relaciones entre los Obispos y los Religiosos en la Iglesia».
766. Promover la plena adhesión al magisterio de la Iglesia, evitando cualquier actitud
doctrinal o pastoral que se aparte de sus orientaciones (cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural
I 7: AAS 71 p. 193).
767. Fomentar el conocimiento de la teología de la Iglesia particular entre los religiosos y el
de la teología de la vida religiosa entre el clero diocesano, con miras al fortalecimiento de
una auténtica pastoral orgánica, a nivel de diócesis y de Conferencia Episcopal (203).
768. Establecer relaciones institucionalizadas entre las Conferencias Episcopales y otros
organismos eclesiales con las Conferencias Nacionales de Superiores Religiosos y otros
organismos religiosos, de acuerdo con los criterios de la Santa Sede para las relaciones
entre los Obispos y Religiosos en la Iglesia.
c) Misión más comprometida
769. Alentar a los religiosos a que asuman un compromiso preferencial por los pobres,
teniendo en cuenta lo que dijo Juan Pablo II, «sois sacerdotes y religiosos; no sois
dirigentes sociales, líderes políticos o funcionarios de un poder temporal. Por eso os repito: no nos hagamos la ilusión de servir al Evangelio si tratamos de "diluir" nuestro carisma a
través de un interés exagerado hacia el amplio campo de los problemas temporales» (Juan
Pablo II, Alocución Sacerdotes 8: AAS 71 p. 182).
770. Estimular a los religiosos y las religiosas a que con su acción evangelizadora lleguen a
los ámbitos de la cultura, del arte, de la comunicación social y de la promoción humana, a
fin de ofrecer su aporte evangélico específico, acorde con su vocación y su peculiar
situación en la Iglesia.
771. Despertar la disponibilidad de los consagrados para asumir, dentro de la Iglesia
particular, los puestos de vanguardia evangelizadora (204) en comunión fiel con sus
pastores y con su comunidad y en fidelidad al carisma de su fundación.
772. Estimular la fidelidad al carisma original y su actualización y adaptación a las
necesidades del Pueblo de Dios, para que las obras logren mayor fuerza evangelizadora.
773. Renovar la vitalidad misionera de los religiosos y la actitud de generosa disponibilidad
que los lleve a dar respuestas eficaces y concretas al problema de la desigual distribución
actual de las fuerzas evangelizadoras.
2.4. Institutos Seculares
774. En lo que toca específicamente a los Institutos Seculares, es importante recordar que
su carisma propio busca responder de modo directo al gran desafío que los actuales
cambios culturales están planteando a la Iglesia: dar un paso hacia las formas de vida
secularizadas que el mundo urbano-industrial exige, pero evitando que la secularidad se
convierta en secularismo.
775. El Espíritu ha suscitado en nuestro tiempo este nuevo modo de vida consagrada, que
representan los Institutos Seculares, para ayudar de alguna manera, a través de ellos, a
resolver la tensión entre apertura real a los valores del mundo moderno (auténtica
secularidad cristiana) y la plena y profunda entrega de corazón a Dios (espíritu de la
consagración). Al situarse en pleno foco del conflicto, dichos Institutos pueden significar
un valioso aporte pastoral para el futuro y ayudar a abrir caminos nuevos de general validez
para el Pueblo de Dios.
776. Por otro lado, la misma problemática que intentan abordar y su falta de arraigo en una
tradición ya probada, los expone más que las otras formas de vida consagrada a las crisis de
nuestro tiempo y al contagio del secularismo. Esta esperanza y los riesgos que su modo de
vida conlleva, deberán mover al Episcopado latinoamericano a promover y apoyar con
especial solicitud su desarrollo.
3. Laicos
Participación del laico en la vida de la Iglesia y en la misión de ésta en el mundo.
3.1. Situación
777. Reconociendo en el seno de la Iglesia latinoamericana una toma de conciencia
creciente de la necesidad de la presencia de los laicos en la misión evangelizadora, estimulamos a tantos laicos, que mediante su testimonio de entrega cristiana contribuyen al
cumplimiento de la tarea evangelizadora y a presentar el rostro de una Iglesia
comprometida en la promoción de la justicia en nuestros pueblos.
778. En la actual situación del continente, interpela particularmente a los laicos la
configuración que van tomando los sistemas y estructuras que, a consecuencia del proceso
desigual de industrialización, urbanización y transformación cultural, ahondan las
diferencias socio-económicas, afectando principalmente a las masas populares, con
fenómenos de opresión y marginación crecientes.
779. La Iglesia de América Latina después del Concilio y Medellín, en el esfuerzo de
aceptar los desafíos, en su conjunto ha tenido experiencias positivas y avances, según lo
dijimos en el n. 10ss, y ha sufrido dificultades y crisis (véase nn. 16-27).
780. Hay crisis que han afectado, naturalmente, al laicado latinoamericano y, en especial, al
laicado organizado, que sufrió no sólo los embates de la conflictividad de la propia
sociedad -represiones de los grupos de poder-, sino también los producidos por una fuerte
ideologización, por desconfianzas mutuas y en las instituciones que llevaron, incluso, a
dolorosas rupturas de los movimientos laicos entre sí y con los pastores.
781. Hoy, sin embargo, vemos otro aspecto de la crisis en sus consecuencias positivas: la
progresiva ganancia en serenidad, madurez y realismo que se manifiesta en confesadas
aspiraciones por promover en la Iglesia estructuras de diálogo, de participación y de acción
pastoral de conjunto, expresiones de una mayor conciencia de pertenencia a la Iglesia.
782. Este optimismo, creciente en los movimientos laicos, no desconoce, por otra parte, las
tensiones que persisten, tanto a nivel de la comprensión del sentido del compromiso laico
hoy en América Latina, como de una apropiada inserción en la acción eclesial.
783. Mientras estas tensiones afectan principalmente a quienes participan en movimientos
laicos, grandes sectores del laicado latinoamericano no han tomado conciencia plena de su
pertenencia a la Iglesia y viven afectados por la incoherencia entre la fe que dicen profesar
y practicar y el compromiso real que asumen en la sociedad. Divorcio entre fe y vida
agudizado por el secularismo y por un sistema que antepone el tener más al ser más.
784. Asimismo, la efectiva promoción del laicado se ve impedida muchas veces por la
persistencia de cierta mentalidad clerical en numerosos agentes pastorales, clérigos e
incluso laicos.
785. Este contexto social y eclesial, así descrito, ha dificultado la participación activa y
responsable de los laicos en campos tan importantes como el político, el social y el cultural,
particularmente en los sectores obreros y campesinos.
3.2. Reflexión doctrinal
El laico en la Iglesia y en el mundo 786. La misión del laico encuentra su raíz y significación en su ser más profundo, que el
Concilio Vaticano II se preocupó de subrayar, en algunos de sus documentos:
-El bautismo y la confirmación lo incorporan a Cristo y lo hacen miembro de la Iglesia;
-participa, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo y la ejerce en su
condición propia;
-la fidelidad y la coherencia con las riquezas y exigencias de su ser le dan su identidad de
hombre de Iglesia en el corazón del mundo y de hombre del mundo en el corazón de la
Iglesia (205).
787. En efecto, el laico se ubica, por su vocación, en la Iglesia y en el mundo. Miembro de
la Iglesia, fiel a Cristo, está comprometido en la construcción del Reino en su dimensión
temporal.
788. En profunda comunicación con sus hermanos laicos y con los Pastores, en los cuales
ve a sus maestros en la fe, el laico contribuye a construir la Iglesia como comunidad de fe,
de oración, de caridad fraterna, y lo hace por la catequesis, por la vida sacramental, por la
ayuda a los hermanos.
De allí la multiplicidad de formas de apostolado cada una de las cuales pone énfasis en
algunos de los aspectos mencionados.
789. Pero es en el mundo donde el laico encuentra su campo específico de acción (206). Por
el testimonio de su vida, por su palabra oportuna y por su acción concreta, el laico tiene la
responsabilidad de ordenar las realidades temporales para ponerlas al servicio de la
instauración del Reino de Dios.
790. En el vasto y complicado mundo de las realidades temporales, algunas exigen especial
atención de los laicos: la familia, la educación, las comunicaciones sociales.
791. Entre estas realidades temporales no se puede dejar de subrayar con especial énfasis la
actividad política. Ésta abarca un amplio campo, desde la acción de votar, pasando por la
militancia y el liderazgo en algún partido político, hasta el ejercicio de cargos públicos en
distintos niveles.
792. En todos los casos, el laico deberá buscar y promover el bien común en defensa de la
dignidad del hombre y de sus derechos inalienables en la protección de los más débiles y
necesitados, en la construcción de la paz, de la libertad, de la justicia; en la creación de
estructuras más justas y fraternas.
793. En consecuencia, en nuestro continente latinoamericano, marcado por agudos
problemas de injusticia que se han agravado, los laicos no pueden eximirse de un serio
compromiso en la promoción de la justicia y del bien común (207), iluminados siempre por
la fe y guiados por el Evangelio y por la Doctrina Social de la Iglesia, pero orientados a la
vez por la inteligencia y la aptitud para la acción eficaz. «Para el cristiano no basta la denuncia de las injusticias, a él se le pide ser en verdad testigo y agente de la justicia» (Juan
Pablo II, Alocución obreros de Guadalajara 2: AAS 71 p. 223).
794. En la medida en que crece la participación de los laicos en la vida de la Iglesia y en la
misión de ésta en el mundo, se hace también más urgente la necesidad de su sólida
formación humana en general, formación doctrinal, social, apostólica. Los laicos tienen el
derecho de recibirla primordialmente en sus mismos movimientos y asociaciones, pero
también en institutos adecuados y en el contacto con sus Pastores.
795. Por otra parte, el laico debe aportar al conjunto de la Iglesia su experiencia de
participación en los problemas, desafíos y urgencias de su «mundo secular» -de personas,
familias, grupos sociales y pueblos- para que la Evangelización eclesial arraigue con vigor.
En ese sentido, será aporte precioso del laico por su experiencia de vida, su competencia
profesional, científica y laboral, su inteligencia cristiana, cuanto pueda contribuir para el
desarrollo, estudio e investigación de la Enseñanza Social de la Iglesia.
796. Un aspecto importante de esta formación es el que concierne a la profundización en
una espiritualidad más apropiada a su condición de laico. Dimensiones esenciales de este
espiritualidad son, entre otras, las siguientes:
797. -que el laico no huya de las realidades temporales para buscar a Dios, sino persevere,
presente y activo, en medio de ellas y allí encuentre al Señor;
-dé a tal presencia y actividad una inspiración de fe y un sentido de caridad cristiana;
798. -por la luz de la fe, descubra en esa realidad la presencia del Señor;
-en medio de su misión, a menudo conflictiva y llena de tensiones para su fe, busque
renovar su identidad cristiana en el contacto con la Palabra de Dios, en la intimidad con el
Señor por la Eucaristía, en los Sacramentos y en la oración.
799. Tal espiritualidad deberá ser capaz de dar a la Iglesia y al mundo «Cristianos con
vocación de santidad, sólidos en su fe, seguros en la doctrina propuesta por el Magisterio
auténtico, firmes y activos en la Iglesia, cimentados en una densa vida espiritual...
perseverantes en el testimonio y acción evangélica, coherentes y valientes en sus
compromisos temporales, constantes promotores de paz y justicia contra violencia u
opresión, agudos en el discernimiento crítico de las situaciones e ideologías a la luz de las
enseñanzas sociales de la Iglesia, confiados en la esperanza en el Señor» (Juan Pablo II,
Alocución laicos 6: AAS 71 p. 216).
El laicado organizado
800. Expresamos nuestra confianza y estímulo decidido a las formas organizadas del
apostolado de los laicos porque: 801. -La organización es signo de comunión y participación en la vida de la Iglesia; permite
la transmisión y crecimiento de las experiencias y la permanente formación y capacitación
de sus miembros.
802. -El apostolado exige muchas veces una acción común, tanto en las comunidades de la
Iglesia como en los diversos ambientes.
803. -En una sociedad que se estructura y planifica cada vez más, la eficacia de la actividad
apostólica depende también de la organización.
Ministerios diversificados
804. Para el cumplimiento de su misión, la Iglesia cuenta con diversidad de ministerios
(208). Al lado de los ministerios jerárquicos, la Iglesia reconoce un puesto a ministerios sin
orden sagrado. Por tanto, también los laicos pueden sentirse llamados o ser llamados a
colaborar con sus pastores en el servicio a la comunidad eclesial, para el crecimiento y vida
de ésta, ejerciendo ministerios diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiere
concederles (209).
805. Los ministerios que pueden conferirse a laicos son aquellos servicios referentes a
aspectos realmente importantes de la vida eclesial (v.gr. en el plano de la Palabra, de la
Liturgia o de la conducción de la comunidad), ejercidos por laicos con estabilidad y que
han sido reconocidos públicamente y confiados por quien tiene la responsabilidad en la
Iglesia.
3.3. Criterios pastorales
Criterios que orientan al laicado organizado en la pastoral de conjunto
806. Una renovada pastoral del laicado organizado exige:
a) vitalidad misionera para descubrir con iniciativa y audacia nuevos campos para la acción
evangelizadora de la Iglesia;
b) apertura para la coordinación con organizaciones y movimientos, teniendo en cuenta que
ninguno de ellos posee la exclusividad de la acción de la Iglesia;
c) canales permanentes y sistemáticos de formación doctrinal y espiritual con actualización
de contenidos y pedagogía adecuada.
807. La diversidad de formas organizadas del apostolado seglar exige su presencia y
participación en la pastoral de conjunto, tanto por la naturaleza misma de la Iglesia,
misterio de comunión de diversos miembros y ministerios, como por la eficacia de la
acción pastoral con la participación coordinada de todos.
808. Se requiere la participación del laicado no sólo en la fase de ejecución de la pastoral de
conjunto, sino también en la planificación y en los mismos organismos de decisión. 809. Su inserción en la pastoral de conjunto asegurará la necesaria referencia de las formas
organizadas de apostolado laical a la pastoral dirigida a las grandes masas del Pueblo de
Dios.
810. Las formas organizadas de apostolado laico deben dar a sus miembros ayuda, aliento e
iluminación para su compromiso político. Se reconocen, sin embargo, dificultades, a nivel
de dirigentes cuando pertenecen a movimientos apostólicos y simultáneamente militan en
partidos políticos; dificultades que deberán resolverse con prudencia pastoral teniendo en
cuenta el criterio de evitar comprometer su movimiento apostólico con un partido político
determinado.
Criterios pastorales sobre los ministerios
Características sobre los ministerios que pueden recibir los laicos son las siguientes:
811. -No clericalizan; quienes los reciben siguen siendo laicos con su misión fundamental
de presencia en el mundo;
812. -se requiere una vocación o aptitud ratificada por los pastores;
813. -se orientan a la vida y al crecimiento de la comunidad eclesial, sin perder de vista el
servicio que ésta debe prestar en el mundo;
814. -son variados y diversos de acuerdo con los carismas de quienes son llamados y las
necesidades de la comunidad; pero esta diversidad debe coordinarse por su relación al
ministerio jerárquico.
Conviene evitar los siguientes peligros en el ejercicio de los ministerios:
815. a) La tendencia a la clericalización de los laicos o la de reducir el compromiso laical a
aquellos que reciben ministerios, dejando de lado la misión fundamental del laico, que es su
inserción en las realidades temporales y en sus responsabilidades familiares;
816. b) no deben promoverse tales ministerios como estímulo puramente individual fuera
de un contexto comunitario;
817. c) el ejercicio de ministerios por parte de unos laicos no puede disminuir la
participación activa de los demás.
3.4. Evaluación
818. Para analizar y evaluar la situación actual y las perspectivas del laicado, es necesario,
por una parte, detectar la realidad de la presencia activa en los distintos lugares que
configuran la dinámica y, por otra, hacer manifiesta la «calidad» de dicha presencia.
Para este fin, se utiliza un marco de referencia que tiene doble dimensión: 819. La primera, que nos permite cuantificar la presencia del laicado, es el crecimiento de
los ámbitos funcionales (mundo de la cultura, del trabajo, etc.) frente a los ámbitos
territoriales (el barrio, la parroquia, etc.) como consecuencia del proceso de
industrialización y urbanización.
820. La segunda nos permite calificar la presencia. En este caso, el signo es cómo se
comprende la realidad social, el ser y la misión de la Iglesia.
Bajo la primera dimensión se observa:
821. -En el espacio de la «vecindad» (parroquia, barrios), la existencia de numerosos laicos
y movimientos de laicos;
822. -en el espacio de «apoyo pastoral» (entendido como tal el que reúne los servicios de
formación doctrinal del laicado, invitación al compromiso, espiritualidad, etc.) hay una
presencia apreciable, pero con deficiencias en los servicios de formación;
823. -en el espacio de «construcción de la sociedad» (obreros, campesinos, empresarios,
técnicos, políticos, etc.) la presencia es muy débil; casi total la ausencia en el espacio de
creación y difusión cultural (intelectuales, artistas, educadores, estudiantes y
comunicadores sociales).
Bajo la segunda dimensión se observa:
824. -La persistencia de laicos y movimientos laicales que no han asumido suficientemente
la dimensión social de su compromiso, tanto por aferrarse a sus intereses económicos y de
poder, como por una deficiente comprensión y aceptación de la enseñanza social de la
Iglesia. Se percibe también otros laicos y movimientos de laicos que, por exagerada
politización de su compromiso, han vaciado su apostolado de esenciales dimensiones
evangelizadoras;
825. -la existencia de movimientos laicos que se distorsionan por una excesiva dependencia
de las iniciativas de la jerarquía y también de los que confieren a su autonomía un grado tal,
que se desprenden de la comunidad eclesial.
826. Finalmente, resulta de particular gravedad el hecho de un insuficiente esfuerzo en el
discernimiento de las causas y condicionamientos de la realidad social y en especial sobre
los instrumentos y medios para una transformación de la sociedad. Esto es necesario como
iluminación de la acción de los cristianos para evitar tanto la asimilación acrítica de
ideologías como un espiritualismo de evasión. Además, así se hace factible descubrir
caminos para la acción, superada la mera denuncia.
3.5. Conclusiones
827. Hacemos un llamado urgente a los laicos a comprometerse en la misión
evangelizadora de la Iglesia, en la que la promoción de la justicia es parte integrante e
indispensable y la que más directamente corresponde al quehacer laical, siempre en
comunión con los pastores. 828. Exhortamos a una presencia organizada del laicado en los diversos espacios pastorales,
lo cual supone la integración y coordinación de los distintos movimientos y servicios dentro
de un plan de pastoral orgánica del sector laico.
829. Invitamos a tener en especial consideración al laicado organizado en orden a la acción
eclesial, prestándole la adecuada atención pastoral y el debido aprecio de su papel en la
pastoral global de la Iglesia.
830. En particular adquiere especial importancia la constitución o dinamización de los
departamentos diocesanos y nacionales de laicos o de otros órganos de animación y
coordinación. Asimismo urge el fortalecimiento de los organismos latinoamericanos de los
movimientos laicos con apoyo a la labor que en este sentido viene realizando el
Departamento de Laicos del CELAM.
831. Igualmente, hacemos resaltar el importante lugar que pueden ocupar los laicos
individualmente convocados a prestar servicios en instituciones de Iglesia, particularmente
las educativas, los organismos de promoción humana y social y las actividades en zonas de
misión.
832. Pedimos que se fomenten centros o servicios de formación integral de laicos que
pongan adecuado énfasis en una pedagogía activa, completada por una formación
sistemática en los fundamentos de la fe y de la enseñanza social de la Iglesia. Asimismo,
consideramos los movimientos organizados como instrumentos de formación con sus
proyectos, experiencias, planes de trabajo y evaluaciones.
833. En América Latina, sobre todo en aquellas regiones donde los ministerios jerárquicos
no están suficientemente provistos, foméntese bajo la responsabilidad de la Jerarquía
también una especial creatividad en el establecimiento de ministerios o servicios que
pueden ser ejercidos por laicos, de acuerdo con las necesidades de la evangelización.
Especial cuidado debe ponerse en la formación adecuada de los candidatos.
3.6. La mujer
Aunque en varias partes del Documento se habla de la mujer, como religiosa, en el hogar,
etc., aquí la consideramos en su aporte concreto a la evangelización en el presente y en el
futuro de América Latina.
Situación
834. A la conocida marginación de la mujer consecuencia de atavismos culturales
(prepotencia del varón, salarios desiguales, educación deficiente, etc.) que se manifiesta en
su ausencia casi total de la vida política, económica y cultural, se agregan nuevas formas de
marginación en una sociedad consumista y hedonista. Así se llega al extremo de
transformarla en objeto de consumo, disfrazando su explotación bajo el pretexto de
evolución de los tiempos (por la publicidad, el erotismo, la pornografía, etc.). 835. En muchos de nuestros países, sea por la situación económica agobiante, sea por la
crisis moral acentuada, la prostitución femenina se ha incrementado.
836. En el sector laboral se comprueba el incumplimiento o la evasión de las leyes que
protegen a la mujer. Frente a esta situación, las mujeres no siempre están organizadas para
exigir el respeto a sus derechos.
837. En las familias, la mujer se ve recargada además de las tareas domésticas por el trabajo
profesional, y en no pocos casos, debe asumir todas las responsabilidades, por el abandono
del hogar por parte del varón.
838. También se debe considerar la situación lamentable de las empleadas domésticas, por
el maltrato y la explotación que sufren con frecuencia por parte de sus patronos.
839. En la misma Iglesia, a veces, se ha dado una insuficiente valorización de la mujer y
una escasa participación suya a nivel de las iniciativas pastorales.
840. Sin embargo, deben destacarse, como signos positivos, el lento pero creciente ingreso
de la mujer en tareas de la construcción de la sociedad, el resurgimiento de las
organizaciones femeninas que trabajan por lograr la promoción e incorporación de la mujer
en todos los ámbitos.
Reflexión
841. Igualdad y dignidad de la mujer. -La mujer como el hombre es imagen de Dios. «Creó,
pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los
creó» (Gén 1,27). La tarea de dominar al mundo, de continuar con la obra de la creación, de
ser con Dios co-creadores, corresponde, pues, a la mujer, tanto como al hombre.
842. Misión de la mujer en la Iglesia. -Ya en el Antiguo Testamento encontramos mujeres
que tuvieron papeles relevantes en el Pueblo de Dios, como María la hermana de Moisés,
Ana, las profetisas Débora y Julda (210), Ruth, Judith y otras.
843. En la Iglesia, la mujer participa de los dones de Cristo y difunde su testimonio por la
vida de fe y de caridad, como la samaritana (211); como las mujeres que acompañaron y
sirvieron con sus bienes al Señor (212); las mujeres presentes en el Calvario (213); como
las mujeres que, enviadas por el Señor mismo, anuncian a los Apóstoles que Él había
resucitado (214); como las mujeres en las primeras comunidades cristianas (215).
844. Pero, sobre todo, como María en la Anunciación, aceptando incondicionalmente la
Palabra de Dios (216); en la Visitación, sirviendo y anunciando la presencia del Señor
(217); en el Magnificat, cantando proféticamente la libertad de los hijos de Dios y el
cumplimiento de la promesa (218); en la Natividad, dando a luz al Verbo de Dios y
ofreciéndolo a la adoración de todos los que lo buscan, sean sencillos pastores o sabios
venidos de tierras lejanas (219); en la huida a Egipto, aceptando las consecuencias de la
sospecha y de la persecución de que es objeto el Hijo de Dios (220); ante el
comportamiento misterioso y adorable del Señor, guardando todo en su corazón (221); en una presencia atenta a las necesidades de los hombres, provocando el «signo mesiánico»,
propiciando la fiesta (222); en la cruz, fuerte, fiel y abierta a la acogida maternal universal;
en la espera ardiente, con toda la Iglesia, de la plenitud del Espíritu (223); en la Asunción,
celebrada en la Liturgia por la Mujer, símbolo de la Iglesia del Apocalipsis (224).
845. La mujer con sus aptitudes propias debe contribuir eficazmente a la misión de la
Iglesia, participando en organismos de la planificación y coordinación pastoral, catequesis
(225), etc. La posibilidad de confiar a las mujeres ministerios no ordenados le abrirá nuevos
caminos de participación en la vida y misión de la Iglesia.
846. Subrayamos el papel fundamental de la mujer como madre, defensora de la vida y
educadora del hogar.
La misión de la mujer en el mundo (comunión y participación, tarea común)
847. -Las aspiraciones de liberación en nuestros pueblos incorporan la promoción humana
de la mujer como auténtico «signo de los tiempos» que se fortalece en la concepción bíblica
del señorío del hombre creado «varón y mujer».
848. -La mujer debe estar presente en las realidades temporales, aportando su ser propio de
mujer para participar con el hombre en la transformación de la sociedad; el valor del trabajo
en la mujer no debe ser solamente satisfacción de necesidades económicas, sino
instrumento de personalización y construcción de la nueva sociedad.
849. Conclusión. -La Iglesia está llamada a contribuir en la promoción humana y cristiana
de la mujer ayudándole así a salir de situaciones de marginación en que puede encontrarse
y capacitándola para su misión en la comunidad eclesial y en el mundo.
4. Pastoral vocacional
La pastoral vocacional, deber de toda la Iglesia.
Validez de los Seminarios.
4.1. Situación
Algunos datos positivos
850. -Mayor conciencia sobre el problema vocacional y mayor claridad teológica sobre la
unidad y diversidad de la vocación cristiana.
-Se han multiplicado con éxito cursos, encuentros, jornadas y congresos.
-Todo ello se ha realizado, la mayoría de las veces, mediante la colaboración entre el clero
diocesano, los religiosos, las religiosas y los laicos, en conexión con la pastoral juvenil, los
seminarios y las casas de formación.
-Han sido lugares efectivos de pastoral vocacional, en muchos países, los grupos juveniles
apostólicos y las comunidades eclesiales de base. -Existen en muchos países, con fruto visible, el plan nacional y el plan diocesano de
pastoral vocacional, según la iniciativa de la Sagrada Congregación para la Educación
Católica.
-Hay en los últimos años un sensible aumento de vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada, aunque todavía insuficiente para las necesidades propias y el deber misionero
con otras Iglesias más necesitadas.
-En los laicos se nota también, en los últimos años, una mayor toma de conciencia de su
vocación específica.
Algunos datos negativos
851. -Acompañamiento insuficiente a los laicos en el descubrimiento y maduración de su
propia vocación cristiana.
-Influjo negativo del «medio» progresivamente secularista, consumista y erotizado.
-Múltiples fallas de la familia.
-Marginación grande de las masas.
-Falta de testimonio por parte de algunos sacerdotes y religiosos.
-Desinterés e indiferencia de algunos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos por la
pastoral vocacional.
-Desvíos doctrinales.
-Falta de inserción profunda de la pastoral vocacional en la pastoral familiar y educativa y
en la pastoral de conjunto.
4.2. Reflexiones y criterios
Vocación humana, cristiana y cristiana-específica
852. Dios llama a todos los hombres y a cada hombre a la fe, y por la fe, a ingresar en el
pueblo de Dios mediante el Bautismo. Esta llamada por el Bautismo, la Confirmación y la
Eucaristía, a que seamos pueblo suyo, es llamada a la comunión y participación en la
misión y vida de la Iglesia y, por lo tanto, en la Evangelización del mundo.
853. No todos, sin embargo, somos enviados a servir y evangelizar desde la misma función.
Unos lo hacen como ministros jerárquicos, otros como laicos y otros desde la vida
consagrada. Todos, complementariamente, construimos el Reino de Dios en la tierra.
854. Todos los cristianos, según el designio divino, debemos realizarnos como hombres -
vocación humana- y como cristianos, viviendo nuestro bautismo en lo que tiene de llamada a la santidad (comunión y cooperación con Dios), a ser miembros activos de la Comunidad
y a dar testimonio del Reino (comunión y cooperación con los demás) -vocación cristiana-,
y debemos descubrir la vocación concreta (laical, de vida consagrada o ministerial
jerárquica) que nos permita hacer nuestra aportación específica a la construcción del Reino
-vocación cristiana específica-. De este modo, cumpliremos, plena y orgánicamente, nuestra
misión evangelizadora.
Diversidad en la unidad
855. El ministerio jerárquico (Obispos, Presbíteros y Diáconos) da unidad y autenticidad a
todo el servicio eclesial en la gran tarea evangelizadora.
856. La Vida Consagrada, en todas sus modalidades, con mención explícita de la
contemplativa, es en sí misma, por la radicalidad de su testimonio, «un medio privilegiado
de evangelización eficaz» (EN 69).
857. El laico con su función especial en el mundo y la sociedad tiene ante sí una ingente
tarea evangelizadora en el presente y en el futuro de nuestro continente.
858. Por otro lado, el Espíritu Santo está suscitando hoy en la Iglesia diversidad de
ministerios ejercidos también por laicos, capaces de rejuvenecer y reforzar el dinamismo
evangelizador de la Iglesia (226).
859. Respecto de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, en concreto, hacemos
nuestras las palabras de Juan Pablo II: «En la mayoría de vuestros países, no obstante un
esperanzador despertar de vocaciones, es un problema grave y crónico... Las vocaciones
laicales tan indispensables, no pueden ser una compensación suficiente. Más aún, una de las
pruebas del compromiso del laico es la fecundidad en las vocaciones a la vida consagrada»
(Juan Pablo II, Discurso inaugural IV b: AAS 71 p. 204). A tal problema debe hacer frente,
con optimismo y confianza en Dios, la pastoral vocacional en cada Iglesia local.
Dios, comunidad e individuo
860. Situarse ministerial y evangelizadoramente en la Iglesia no es algo que dependa
únicamente de la iniciativa personal. Es primordialmente la llamada gratuita de Dios,
vocación divina, que debe percibirse, a través de un discernimiento, escuchando al Espíritu
Santo y situándose ante el Padre por Cristo y frente a la comunidad concreta e histórica a la
que hay que servir. Es también fruto y expresión de la vitalidad y madurez de toda la
Comunidad eclesial (227).
861. En consecuencia, una pastoral vocacional auténtica que quiera ayudar al hombre en tal
proceso, deberá centrarse en la llamada inicial, en su maduración subsiguiente y en la
perseverancia, comprometiendo en este servicio a toda la comunidad.
La oración en la pastoral vocacional 862. En el complejo problema vocacional es necesario, en todo momento y a todos los
niveles, el recurso ininterrumpido a la oración personal y comunitaria. Es Dios quien llama;
es Dios quien da eficacia a la evangelización. El mismo Cristo nos dijo: «La mies es mucha
y los obreros pocos. Rogad al Dueño de la mies envíe obreros a su mies» (Lc 10,2).
Pastoral vocacional encarnada y diferenciada
863. Porque la pastoral vocacional es una acción evangelizadora y en orden a la
evangelización, misión de la Iglesia, debe ser encarnada y diferenciada. Es decir, debe
responder desde la fe a los problemas concretos de cada nación y región y reflejar la unidad
y variedad de funciones y servicios de ese cuerpo diversificado cuya cabeza es Cristo.
864. América Latina, empeñada hoy en superar su situación de subdesarrollo e injusticia
(228), tentada de ideologías anticristianas y codiciada por guías extremistas y centros de
poder, necesita de personas conscientes de su dignidad y responsabilidad histórica y de
cristianos celosos de su identidad que, de acuerdo con su compromiso, sean constructores
de un «mundo más justo, humano y habitable, que no se cierra en sí mismo, sino que se
abre a Dios» (Juan Pablo II, Homilía Santo Domingo 3: AAS 71 p. 157). Cada uno debe
hacer esto desde su puesto y función, y todos en comunión y participación. Es el gran reto y
servicio de la evangelización presente y futura de nuestro continente y es la gran
responsabilidad de nuestra pastoral vocacional. Alabamos ya y respaldamos, sin
restricciones, a cuantos trabajan con fe, esperanza y amor en esta línea.
Ubicación de la Pastoral Vocacional y lugares privilegiados
865. El período juvenil es período privilegiado, aunque no único, para la opción vocacional.
Por ello, toda Pastoral Juvenil debe ser, al mismo tiempo, pastoral vocacional. «Hay que
reactivar una intensa acción pastoral que, partiendo de la vocación cristiana en general, de
una pastoral juvenil entusiasta, dé a la Iglesia los servidores que necesita» (Juan Pablo II,
Discurso inaugural IV b: AAS 71 p. 204).
866. La Pastoral Vocacional es dimensión también esencial de la Pastoral Familiar y de la
Pastoral Educativa y debe ubicarse prioritariamente en la Pastoral de Conjunto.
867. Son lugares privilegiados de la Pastoral Vocacional la Iglesia particular, la parroquia,
las comunidades de base, la familia, los movimientos apostólicos, los grupos y
movimientos de juventud, los centros educacionales, la catequesis y las obras de
vocaciones.
868. Debe prestarse igualmente especial atención a aquellos que en edad adulta perciben la
llamada del Señor para una vocación cristiana específica.
4.3. Seminarios
869. En la mayoría de nuestras Iglesias se ve la necesidad de asegurar una sólida formación
humano-cristiana y una especial formación religiosa (OT 3) previa al Seminario Mayor. 870. El Seminario Menor, profundamente renovado, debe tratar de responder a esta
necesidad y efectivamente ha sido ya en algunos lugares una respuesta positiva a tal
problemática; en otros sitios son los centros de capacitación para el Seminario Mayor o las
iniciativas afines.
871. Se debe buscar una constante en todos ellos: que los jóvenes no pierdan el contacto
con la realidad ni se desarraiguen de su contexto social. Cabe notar que todas estas
fórmulas son parte integral de la Pastoral Vocacional Juvenil, por lo cual deben estar muy
vinculadas a la familia y llevar al joven a un compromiso pastoral adecuado a su edad.
872. Finalmente, todo esto debe dar como resultado que el joven adquiera una
espiritualidad sólida y haga una opción libre y madura.
873. El proceso de maduración y formación de la vocación presbiteral encuentra su
ambiente más propicio en el Seminario Mayor o Casa de formación, declarado por el
Concilio Vaticano II como necesario para la formación sacerdotal (229).
874. En relación con los Seminarios, se descubre en América Latina un fuerte espíritu de
renovación que representa una esperanza y una respuesta a la problemática de la formación.
Se requieren, sin embargo, otras fórmulas que logren la formación de los seminaristas, no a
manera de formas paralelas, sino de experiencias realizadas con aprobación de la
Conferencia Episcopal para situaciones especiales y de acuerdo con la Santa Sede (230).
875. El Seminario Mayor, inserto en la vida de la Iglesia y del mundo, de acuerdo con las
normas y orientaciones precisas de la Santa Sede, tiene como objetivo el acompañar el
pleno desarrollo de la personalidad humana, espiritual y pastoral, es decir, integral de los
futuros pastores. Éstos con una fuerte experiencia de Dios y una clara visión de la realidad
en que se encuentra América Latina, en íntima comunión con su Obispo, Maestro de la
verdad y con los otros Presbíteros, han de ser los que evangelicen, animen y coordinen los
diferentes carismas del pueblo de Dios en orden a la construcción del Reino (231). La
formación de pastores debe ser preocupación constante que oriente los estudios y la vida
espiritual. Las actividades pastorales deben ser revisadas a la luz de la fe y con el adecuado
asesoramiento de sus formadores.
876. El seminarista guiado por una buena dirección espiritual adquirirá la experiencia de
Dios viviendo constantemente la comunión con Él en la oración y la Eucaristía y en una
devoción sólida y filial a la Virgen María.
877. En los estudios, es necesario atender a una profunda formación doctrinal, de acuerdo
con el Magisterio de la Iglesia y con una adecuada visión de la realidad.
878. En los Seminarios, se deberá insistir en la austeridad, la disciplina, la responsabilidad
y el espíritu de pobreza, en un clima de auténtica vida comunitaria. Se formará
responsablemente a los futuros sacerdotes para el celibato. Todo ello lo exige la renuncia y
entrega que se pide al presbítero. 879. Queremos acentuar el valor de los centros de formación en común para el clero
diocesano y religioso de acuerdo con las normas de la Santa Sede por el sentido
comunitario que representan y como recurso para la integración en la pastoral de conjunto.
880. Al lamentar la falta de formadores, es nuestro deber manifestar reconocimiento y dar
nuestra voz de aliento a cuantos trabajan en la formación de los futuros sacerdotes.
4.4. Opciones y líneas de acción
881. Hay que impulsar, coordinar y ayudar la promoción y maduración de todas las
vocaciones, especialmente de las sacerdotales y la vida consagrada, dando a esta tarea
prioridad efectiva.
882. Hay que fomentar las campañas de oración a fin de que el pueblo tome conciencia de
las necesidades existentes. La vocación es la respuesta de Dios providente a la comunidad
orante.
883. Es necesario acompañar a todos los que sienten la llamada del Señor en el proceso de
discernimiento y ayudarles a cultivar las disposiciones básicas para la maduración
vocacional.
884. Toda pastoral vocacional debe estar encarnada en el actual momento histórico de
América Latina y debe ser diferenciada, es decir, reflejar y promover la diversidad de
vocaciones en la unidad de la misión y del servicio evangelizador.
885. Hay que dar a la pastoral vocacional el puesto prioritario que tiene en la pastoral de
conjunto y más en concreto en la pastoral juvenil y familiar.
886. Hay que promover con particular empeño las vocaciones entre el campesinado, el
mundo obrero y los grupos étnicos marginados y planificar su formación posterior para que
sea adecuada (232).
887. Al mismo tiempo hay que promover más intensamente las vocaciones presbiterales y
de vida consagrada en las ciudades, en medios profesionales, universitarios, etc.
888. Es necesario llevar a la práctica con fidelidad las normas y orientaciones de la Santa
Sede y de las Conferencias Episcopales respecto de los Seminarios. Éstas, con las
necesarias adecuaciones, han de ser observadas también por las Comunidades Religiosas en
la formación de sus Presbíteros.
889. Hay que capacitar personal para dedicarlo de tiempo completo a la pastoral vocacional
y señalarle que su misión principal es la de animar en este sentido toda la pastoral.
890. Hay que crear Institutos de perfeccionamiento para formadores de sacerdotes a nivel
local y continental y aprovechar los Institutos internacionales de Europa, especialmente los
de Roma. 891. Hay que despertar, promover y orientar vocaciones misioneras pensando ya en Centros
o Seminarios especializados con esta finalidad.
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