Capítulo I
OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES
1.1. De Medellín a Puebla
1134. Volvemos a tomar, con renovada esperanza en la fuerza vivificante del Espíritu, la
posición de la II Conferencia General que hizo una clara y profética opción preferencial y
solidaria por los pobres, no obstante las desviaciones e interpretaciones con que algunos
desvirtuaron el espíritu de Medellín, el desconocimiento y aun la hostilidad de otros (296).
Afirmamos la necesidad de conversión de toda la Iglesia para una opción preferencial por
los pobres, con miras a su liberación integral.
1135. La inmensa mayoría de nuestros hermanos siguen viviendo en situación de pobreza y
aun de miseria que se ha agravado (297). Queremos tomar conciencia de lo que la Iglesia
Latinoamericana ha hecho o a dejado de hacer por los pobres después de Medellín, como
punto de partida para la búsqueda de pistas opcionales eficaces en nuestra acción
evangelizadora, en el presente y en el futuro de América Latina. 1136. Comprobamos que Episcopados Nacionales y numerosos sectores de laicos,
religiosos, religiosas y sacerdotes han hecho más hondo y realista su compromiso con los
pobres. Este testimonio incipiente, pero real, condujo a la Iglesia latinoamericana a la
denuncia de las graves injusticias derivadas de mecanismos opresores.
1137. Los pobres, también alentados por la Iglesia, han comenzado a organizarse para una
vivencia integral de su fe y, por tanto, para reclamar sus derechos.
1138. La denuncia profética de la Iglesia y sus compromisos concretos con el pobre le han
traído, en no pocos casos, persecuciones y vejaciones de diversa índole: los mismos pobres
han sido las primeras víctimas de dichas vejaciones.
1139. Todo ello ha producido tensiones y conflictos dentro y fuera de la Iglesia. Con
frecuencia se la ha acusado, sea de estar con los poderes socioeconómicos y políticos, sea
de una peligrosa desviación ideológica marxista.
1140. No todos en la Iglesia de América Latina nos hemos comprometido suficientemente
con los pobres; no siempre nos preocupamos por ellos y somos solidarios con ellos. Su
servicio exige, en efecto, una conversión y purificación constantes, en todos los cristianos,
para el logro de una identificación cada día más plena con Cristo pobre y con los pobres.
1.2. Reflexión doctrinal
Jesús evangeliza a los pobres
1141. El compromiso evangélico de la Iglesia, como ha dicho el Papa, debe ser como el de
Cristo: un compromiso con los más necesitados (cf. Lc 4,18-21; Juan Pablo II, Discurso
inaugural III 3). La Iglesia debe mirar, por consiguiente, a Cristo cuando se pregunta cuál
ha de ser su acción evangelizadora. El Hijo de Dios demostró la grandeza de ese
compromiso al hacerse hombre, pues se identificó con los hombres haciéndose uno de
ellos, solidario con ellos y asumiendo la situación en que se encuentran, en su nacimiento,
en su vida y, sobre todo, en su pasión y muerte, donde llegó a la máxima expresión de la
pobreza (298).
1142. Por esta sola razón, los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea
la situación moral o personal en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios
(299), para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aun escarnecida. Por eso Dios
toma su defensa y los ama (300). Es así como los pobres son los primeros destinatarios de
la misión (301) y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús
(302).
1143. Este aspecto central de la Evangelización fue subrayado por S.S. Juan Pablo II: «He
deseado vivamente este encuentro, porque me siento solidario con vosotros y porque siendo
pobres tenéis derecho a mis particulares desvelos; os digo el motivo: el Papa os ama porque
sois los predilectos de Dios. Él mismo, al fundar su familia, la Iglesia, tenía presente a la
humanidad pobre y necesitada. Para redimirla envió precisamente a su Hijo, que nació pobre y vivió entre los pobres para hacernos ricos en su pobreza (cf. 2Cor 8,9)» (Juan Pablo
II, Alocución en el Barrio de Santa Cecilia: AAS 71 p. 220).
1144. De María, quien en su canto del Magnificat (303) proclama que la salvación de Dios
tiene que ver con la justicia hacia los pobres, «parte también el compromiso auténtico con
los demás hombres, nuestros hermanos, especialmente por los más pobres y necesitados y
por la necesaria transformación de la sociedad» (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 4: AAS
71 p. 230).
El servicio al hermano pobre
1145. Acercándonos al pobre para acompañarlo y servirlo, hacemos lo que Cristo nos
enseñó, al hacerse hermano nuestro, pobre como nosotros. Por eso el servicio a los pobres
es la medida privilegiada aunque no excluyente, de nuestro seguimiento de Cristo. El mejor
servicio al hermano es la evangelización que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo
libera de las injusticias y lo promueve integralmente.
1146. Es de suma importancia que este servicio al hermano vaya en la línea que nos marca
el Concilio Vaticano II: «Cumplir antes que nada las exigencias de la justicia para no dar
como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia; suprimir las causas y no sólo
los efectos de los males y organizar los auxilios de tal forma que quienes los reciben se
vayan liberando progresivamente de la dependencia externa y se vayan bastando por sí
mismos» (AA 8).
1147. El compromiso con los pobres y los oprimidos y el surgimiento de las Comunidades
de Base han ayudado a la Iglesia a descubrir el potencial evangelizador de los pobres, en
cuanto la interpelan constantemente, llamándola a la conversión y por cuanto muchos de
ellos realizan en su vida los valores evangélicos de solidaridad, servicio, sencillez y
disponibilidad para acoger el don de Dios.
La pobreza cristiana
1148. Para el cristianismo, el término «pobreza» no es solamente expresión de privación y
marginación de las que debamos liberarnos. Designa también un modelo de vida que ya
aflora en el Antiguo Testamento en el tipo de los «pobres de Yahvé» (304) y vivido y
proclamado por Jesús como Bienaventuranza (305). San Pablo concretó esta enseñanza
diciendo que la actitud del cristiano debe ser la del que usa de los bienes de este mundo
(cuyas estructuras son transitorias) sin absolutizarlas, pues son sólo medios para llegar al
Reino (306). Este modelo de vida pobre se exige en el Evangelio a todos los creyentes en
Cristo y por eso podemos llamarlo «pobreza evangélica» (307). Los religiosos viven en
forma radical esta pobreza, exigida a todos los cristianos, al comprometerse por sus votos a
vivir los consejos evangélicos (308).
1149. La pobreza evangélica une la actitud de la apertura confiada en Dios con una vida
sencilla, sobria y austera que aparta la tentación de la codicia y del orgullo (309). 1150. La pobreza evangélica se lleva a la práctica también con la comunicación y
participación de los bienes materiales y espirituales; no por imposición sino por el amor,
para que la abundancia de unos remedie la necesidad de los otros (310).
1151. La Iglesia se alegra de ver en muchos de sus hijos, sobre todo de la clase media más
modesta, la vivencia concreta de esta pobreza cristiana.
1152. En el mundo de hoy, esta pobreza es un reto al materialismo y abre las puertas a
soluciones alternativas de la sociedad de consumo.
1.3. Líneas pastorales
Objetivo
1153. La opción preferencial por los pobres tiene como objetivo el anuncio de Cristo
Salvador que los iluminará sobre su dignidad, los ayudará en sus esfuerzos de liberación de
todas sus carencias y los llevará a la comunión con el Padre y los hermanos, mediante la
vivencia de la pobreza evangélica. «Jesucristo vino a compartir nuestra condición humana
con sus sufrimientos, sus dificultades, su muerte. Antes de transformar la existencia
cotidiana, él supo hablar al corazón de los pobres, liberarlos del pecado, abrir sus ojos a un
horizonte de luz y colmarlos de alegría y esperanza. Lo mismo hace hoy Jesucristo. Está
presente en vuestras Iglesias, en vuestras familias, en vuestros corazones» (Juan Pablo II,
Alocución obreros de Monterrey 8: AAS 71 p. 244).
1154. Esta opción, exigida por la realidad escandalosa de los desequilibrios económicos en
América Latina, debe llevar a establecer una convivencia humana digna y fraterna y a
construir una sociedad justa y libre.
1155. El cambio necesario de las estructuras sociales, políticas y económicas injustas no
será verdadero y pleno si no va acompañado por el cambio de mentalidad personal y
colectiva respecto al ideal de una vida humana digna y feliz que a su vez dispone a la
conversión (311).
1156. La exigencia evangélica de la pobreza, como solidaridad con el pobre y como
rechazo de la situación en que vive la mayoría del continente, libra al pobre de ser
individualista en su vida y de ser atraído y seducido por los falsos ideales de una sociedad
de consumo. De la misma manera, el testimonio de una Iglesia pobre puede evangelizar a
los ricos que tienen su corazón apegado a las riquezas, convirtiéndolos y liberándolos de
esa esclavitud y de su egoísmo.
Medios
1157. Para vivir y anunciar la exigencia de la pobreza cristiana, la Iglesia debe revisar sus
estructuras y la vida de sus miembros, sobre todo de los agentes de pastoral, con miras a
una conversión efectiva.
1158. Esta conversión lleva consigo la exigencia de un estilo austero de vida y una total
confianza en el Señor, ya que en la acción evangelizadora la Iglesia contará más con el ser y el poder de Dios y de su gracia que con el «tener más» y el poder secular. Así, presentará
una imagen auténticamente pobre, abierta a Dios y al hermano, siempre disponible, donde
los pobres tienen capacidad real de participación y son reconocidos en su valor.
Acciones concretas
1159. Comprometidos con los pobres, condenamos como antievangélica la pobreza extrema
que afecta numerosísimos sectores en nuestro Continente.
1160. Nos esforzamos por conocer y denunciar los mecanismos generadores de esta
pobreza.
1161. Reconociendo la solidaridad de otras Iglesias sumamos nuestros esfuerzos a los
hombres de buena voluntad para desarraigar la pobreza y crear un mundo más justo y
fraterno.
1162. Apoyamos las aspiraciones de los obreros y campesinos, que quieren ser tratados
como hombres libres y responsables, llamados a participar en las decisiones que conciernen
a su vida y a su futuro y animamos a todos a su propia superación (312).
1163. Defendemos su derecho fundamental a «crear libremente organizaciones para
defender y promover sus intereses y para contribuir responsablemente al bien común» (Juan
Pablo II, Alocución obreros de Monterrey 3: AAS 71 p. 242).
1164. Las culturas indígenas tienen valores indudables, son la riqueza de los pueblos. Nos
comprometemos a mirarlas con respeto y simpatía y a promoverlas, sabiendo «cuán
importante es la cultura como vehículo para transmitir la fe, para que los hombres
progresen en el conocimiento de Dios. En esto no puede haber distinciones de razas y
culturas» (Juan Pablo II, Alocución Oaxaca 2: AAS 71 p. 208).
1165. Con su amor preferencial, pero no exclusivo por los pobres, la Iglesia presente en
Medellín, como dijo el Santo Padre, fue una llamada a la esperanza hacia metas más
cristianas y más humanas (313). La III Conferencia Episcopal de Puebla quiere mantener
viva esa llamada y abrir nuevos horizontes a la esperanza.
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